NIHILISMO CONTRA DEMOCRACIA

 (PUBLICADO EN EL CUADERNO EN DICIEMBRE 2023)

¿Cómo percibir correctamente la realidad? Sin duda es una tarea mucho más ardua y compleja de lo que de un modo inmediato podríamos intuir. En la mayoría de las ocasiones es la pura subjetividad la que predomina, de modo que nuestra visión no sólo es reducida o está sesgada por las circunstancias o prejuicios, sino que en ocasiones la perplejidad perturba nuestra capacidad analítica. Nos puede ocurrir algo similar a lo que cuenta Stendhal, en La cartuja de Parma, que le sucedió al entusiasta Fabrizio del Dongo, quién asistió a la batalla de Waterloo en un estado de confusión, vacilante y perdido en un inmenso campo de coliflores, rodeado de humo y estruendos de cañones, sin saber si estaba en una batalla y quién disparaba contra quien.

No es fácil caracterizar los tiempos en que vivimos.  No sólo porque vivimos atrapados en nuestra subjetividad, o porque conocemos una reducida parte del baile al que asistimos, sino también por nuestra tendencia a la simplificación, a la tarea imposible de intentar atrapar en un único concepto la multiplicidad y complejidad de nuestro mundo. Aun así, si nuestras pretensiones son menos totalizadoras, si nos conformamos con análisis parciales, con detectar algunas trazas de la realidad, quizá logremos ir construyendo un mapa topográfico de nuestras circunstancias.

Algunas de las huellas que es posible detectar en la actualidad son las del nihilismo, que se manifiestan preferentemente en el ámbito político: la extrema derecha gana en Países Bajos por el odio al extranjero, Putin continua su agresión criminal contra Ucrania, un fanático atrabiliario gobernará Argentina sobre la desesperación y desesperanza social, el mundo contempla impávido la matanza de palestinos, la degradación del planeta sigue imparable ante la indiferencia de la mayoría de los gobiernos. Probablemente hay muchos modos de explicar está degradación de los valores morales, de las aspiraciones democráticas, pero como señala Wendy Brown, estaríamos frente a la “expresión política del nihilismo, esa planta que Nietzsche predijo que tardaría 200 años en florecer de la tumba de las deidades y los ideales derribados por la ciencia y la Ilustración”. El nihilismo de Nietzsche era un inmoralismo enfrentado a las pretensiones ilustradas de una moral universal, un proceso por el cual los valores más importantes que daban cohesión y seguridad a los hombres pierden su eficacia. Hoy el nihilismo es una cosmovisión sustentada en el sinsentido y la falta de valores, al menos de valores ilustrados. Con sus inevitables compañeros de viaje del cinismo, el pesimismo y el relativismo, parece estar penetrando en nuestras sociedades a modo de un invisible gas tóxico. Se evidencia en un desprecio por la verdad, la justicia y los ideales democráticos; por una degradación del valor del futuro y una total indiferencia por las futuras generaciones; por una exacerbación de la xenofobia. Pero no se trata de un fenómeno meteorológico, de un inevitable proceso de la naturaleza. Está impulsado por corrientes políticas con base en el populismo dispuestas a inocular el deletéreo virus de la polarización, que tiene como primer órgano diana la democracia.

Sin duda, un elemento clave en la actual etapa de degradación democrática presente en muchos países es la polarización, un fenómeno que genera una división extrema de las sociedades, de sus opiniones públicas. Naturalmente la democracia implica pluralidad ideológica, y ésta comporta debate, lucha política, confrontación de ideas y modelos. No hay democracia sin divergencia. Sin embargo, la polarización es una hipertrofia de la divergencia que en muchas ocasiones no deriva de una división ideológica, sino de las estrategias políticas para alcanzar el poder. Lo que ocasiona la polarización no es tanto la confrontación ideológica entre un modelo socialdemócrata y otro conservador, sino que se buscan elementos sentimentales, afectivos, para potenciar la división extrema, la desconfianza frente al adversario (ahora enemigo) y la cohesión de los propios.  Lógicamente la polarización no parte de la sociedad, es un proceso que se genera en las élites y que va penetrando capilarmente en todo el tejido social.

Naturalmente la polarización requiere del concurso de los medios de comunicación. Como señala el profesor Enrique Herreras en su reciente libro Lo que la posverdad esconde, “los medios se han embarcado en una polarización no ya solo haciendo hincapié en aspectos ideológicos, sino desde su perspectiva mercantil… Los medios son responsables, en parte, por su papel de reforzar los estereotipos negativos del adversario, e impulsar sentimientos negativos hacia el oponente”. Que exista una cierta polarización es bueno para la democracia, pero la polarización extrema corroe el sistema y puede acabar desarmando sus resortes.

Uno de los pilares de los sistemas democráticos es la tolerancia entre los partidos rivales. Éstos deben aceptarse como adversarios legítimos y en ningún caso como enemigos. Negar la legitimidad de los oponentes es una forma de degradación de la democracia, es el camino para su destrucción. Tachar a los rivales de antipatriotas, de traidores, excede la legítima lucha ideológica y política. La victoria electoral de los rivales políticos no puede cuestionarse y considerarse espuria. En democracia los infortunios electorales son ineludibles y los triunfos no son permanentes. Una victoria electoral de los rivales políticos nunca puede considerarse un acontecimiento apocalíptico, no es un riesgo existencial. La polarización política extrema, que comporta una división social, es una de las amenazas a las que se enfrentan las democracias. La tolerancia es el antídoto de la polarización. La democracia exige negociación, acuerdos y concesiones. Los dirigentes políticos tienen la obligación moral de evitar la polarización extrema, de intentar contrarrestarla mediante la colaboración y el pacto.

La polarización y el populismo son dos ingredientes de las opciones autoritarias que abogan por “democracias iliberales”, es decir sistemas en los que, aunque se siguen celebrando elecciones, hay una quiebra de las libertades y no se respetan los derechos de las minorías. El populismo en Europa tiene como elemento central de su discurso la xenofobia, el cuestionamiento de la diversidad e identidad sexual y la disputa de los derechos de las mujeres. También la ruptura de consensos en materia económica y fiscal. El ejemplo más próximo es la Hungría de Orbán. 

Parece evidente que el populismo y la polarización son encarnaciones nihilistas orientadas a situar a la democracia, la justicia y el planeta al borde del precipicio. Combatir y superar este nihilismo debe ser una de las preocupaciones de los ciudadanos conscientes de que los valores ilustrados de la razón, la libertad, la igualdad y la solidaridad siguen siendo claves para el desarrollo integral del ser humano. Sólo a través de la mejora de nuestras democracias será posible superar esas amenazas nihilistas.  La democracia no es una meta alcanzada, es un proceso permanente de mejora, es, como insistía Tocqueville, “una forma de vida”. Necesitamos un horizonte de mejora, un faro por el que guiarnos y que nos permite además valorar críticamente el camino que recorremos. En ese sentido fomentar los procesos comunicativos o deliberativos en la sociedad como complemento de la democracia representativa parece un modo inteligente de profundizar en la democratización de la democracia y en la batalla contra el nihilismo.

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