La “Apología de Ramón Sibiuda”: fe y escepticismo en Montaigne
La “Apología de Ramón Sibiuda (o Sabunde)” es el más extenso y uno de los más famosos Ensayos de Michael de Montaigne (1533-1592). Es aquí donde el apreciado escepticismo de Montaigne se expresa de un modo más amplio y preciso, y donde muestra una de sus creencias (¿sinceras o meramente prudentes?) más características: su fe, su catolicismo, su sumisión a la autoridad eclesiástica.
Ramón Sibiuda era un escritor catalán del siglo XV. Médico, profesor
de arte y teología, y también rector en el Estudio General de Toulouse, donde
murió en 1436, escribió un voluminoso libro, “en un español chapurreado con
terminaciones latinas”, titulado Teología Natural (o Libro de las
criaturas) en el que realizaba una defensa, frente a los ateos, de la
religión cristiana basada en la razón, una “teología natural”, sin apoyarse en
le fe o en la revelación. Por indicación de su padre, poco antes de morir,
Montaigne lo tradujo al francés, y lo publicó en 1569.
Montaigne manifiesta un gran aprecio por el libro y se
propone su defensa frente a “dos objeciones que se le plantean”: i) “que
los cristianos se perjudican a sí mismos al pretender apoyar por medio de
razones humanas su creencia, que se concibe sólo por fe, y por particular
inspiración de la gracia divina”; ii) “que sus argumentos son débiles e ineptos
para probar lo que quiere, e intentan oponerse a ellos fácilmente”.
La defensa frente al primero de los argumentos es un tanto
imprecisa, ya que Montaigne piensa que la religión cristiana está
basada, esencialmente, en la fe “sólo la fe abraza viva y ciertamente los
altos misterios de la religión”. Sin
embargo, no quiere dejar en mal lugar a Sibiuda y añade que “Pero ello no
significa que no sea una empresa muy bella y muy loable acomodar también
al servicio de nuestra fe los instrumentos naturales y humanos que Dios nos ha
concedido”.
En realidad, Montaigne acaba señalando que la razón, los
medios humanos, no bastan y que si sólo nos adhiriésemos a Dios por medios
humanos, los mismos motivos humanos socavarían nuestras creencias. De modo que concluye
con que la fe es la única herramienta disponible “para abrazar los altos
misterios de nuestra religión”. No parece que la defensa de Sibiuda haya
sido muy entusiasta, a pesar de lo prometido.
Pero Montaigne, poco aficionado a resolver los temas, a
darlos por cerrados, abre un nuevo frente señalando que quizá no es la fe, ni la
gracia divina, lo que predomina en nuestra sociedad. Señala que “nos
acogemos a nuestra religión a nuestra manera […] como se acogen las demás
religiones. Nos hemos encontrado en el país donde se practicaba, o nos fijamos en
su antigüedad o en la autoridad de los hombres que la han defendido […]”. "[…] Somos cristianos por la misma razón que
somos perigodianos (del Perigord, antigua provincia de Francia) o
alemanes”.
Se pregunta si el hombre tiene en su poder razones más
fuertes que las aducidas por Sibiuda. Es en la defensa frente a esta segunda objeción
cuando Montaigne muestra con claridad su talante escéptico, y lo que prometía
ser una defensa de la teología natural de Sibiuda, se torna en una crítica de
la razón humana como criterio válido para alcanzar cualquier conocimiento.
Tras reseñar algunas citas de San Pablo, que ya
encauzan su visión escéptica: “¿Qué nos predica la verdad cuando nos inculca
que […] entre todas las cosas vanas la más vana es el hombre, que el hombre
presume de su saber no sabe aún que es saber y que el hombre, que nada es, si
cree ser algo, se engaña a sí mismo y caer en el error?", Montaigne parece
cuestionar las premisas del humanismo Renacimiento defendidas, entre otros, por
Pico della Mirandola, cuando sostiene la insignificancia del
hombre: “Es posible imaginar nada tan ridículo como esta miserable y pobre
criatura, que ni siquiera es dueña de sí misma, expuesta a los ataques de todas
las cosas, se diga dueña y emperatriz del universo, del cual no está en su
poder conocer la menor parte, y mucho menos mandarla".
Las dudas del Montaigne sobre la primacía del hombre en la naturaleza
la ilustra mediante una prolija comparación de éste con los restantes animales,
de los que resalta su inteligencia (“Cuando
juego con mi gata, quien sabe si es ella la que pasa el tiempo conmigo más que
yo con ella"), su sabiduría, como la
del perro que es capaz de “deducir” con su olfato qué camino ha tomado
su dueño, su fuerza o su belleza (“ciertamente cuando imagino al hombre del
todo desnudo, incluso en el sexo que parece participar más de la belleza, sus
taras su vulnerabilidad natural y sus imperfecciones, me parece que hemos
tenido más razón que cualquier otro animal para cubrirlos”).
La desconfianza de Montaigne en la percepción humana de los
fenómenos, el desacuerdo incesante entre los filósofos (“[la filosofía]
posee tantos rostros y tanta variedad y ha dicho tantas cosas que se encuentran
mella todos nuestros sueños y desvaríos. Nada puede concebir la fantasía humana
ni bien ni mal que no esté en ella”), el relativismo que observa en las
culturas, las religiones y las costumbres, afianzan su desconfianza y sus dudas
sobre las posibilidades de la razón humana para alcanzar la verdad, abonan su
escepticismo.
El escepticismo
del borgoñés, acompañado de un cierto elogio de la simplicidad y la ignorancia,
tiene raíces tanto cristianas como clásicas: “La peste del hombre es el convencimiento
de saber. Por eso nuestra religión nos recomienda en tan gran medida la
ignorancia como cualidad propicia a la creencia y a la obediencia”, asegura
convencido Montaigne, quien más adelante, citando al Eclesiastés añade: <<
En la mucha sabiduría, hay mucha molestia; y quién adquiere la ciencia,
adquiere dolor y tormento>>. También
San Pablo, al que cita en diversas ocasiones en la
“Apologia”, le sirve como soporte escéptico al asegurar que: <<
Destruiré la sabiduría de los sabios y abatiré la prudencia de los prudentes.
¿Dónde está el sabio?, ¿dónde está el escritor?, ¿dónde está el disputador de
este siglo? ¿Acaso no ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo?>>.
Junto a este
antiintelectualismo de raíz cristiana, Montaigne bebe del escepticismo clásico
en su doble vertiente, la representada por la segunda Academia Platónica,
y cuyas ideas divulgó Cicerón ,
al que cita a menudo (“ Casi todos los antiguos han dicho que nada podemos
conocer nada percibir nada saber; que nuestros sentidos son limitados, nuestras
almas débiles, nuestras vidas breves”), y que tiene sus raíces en Sócrates,
del que Montaigne se siente muy cerca: "[…] para Sócrates y también para mí,
lo más sabio que cabe juzgar sobre el cielo es no juzgar nada". Pero quizás,
la principal fuente de su filosofía escéptica es el pensamiento de Pirrón,
articulado en el libro de Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos.
El
escepticismo de Pirrón tiene una notable presencia en la
“Apología”. Montaigne resume los
aspectos centrales descritos en los Esbozos, y señala que “[…] Así,
la profesión de los pirrónicos consiste en oscilar, dudar, y preguntar, no dar
nada por cierto, no asegurar nada”. Continua explicando esta filosofía, y
añade: “Ahora bien, tal posición de su juicio, recta e inflexible, receptora
de todos los objetos sin aplicación ni asentimiento (suspensión del juicio)
, los encamina a su ataraxia, que es una condición de vida apacible, reposada,
y exenta de las agitaciones que nos brinda la impresión de la opinión y la
ciencia que creemos tener de las cosas”. Lo remata con un contundente
elogio a la doctrina escéptica: “No hay otra invención humana tan verosímil
y útil”.
Montaigne no
es un pensador sistemático, tampoco lo es en la “Apologia”, que está salpicada
de innumerables anécdotas y digresiones sobre asuntos varios como la salud, la
obediencia, la tolerancia religiosa, la divinidad, el paraíso, el alma, el
cuerpo, la ciencia, etc. Pero es tal vez esta constatación del fideísmo
de Montaigne (la creencia en la fe como algo superior a la razón) y su escepticismo,
fruto de su carácter, sus circunstancias históricas y su lecturas cristianas y
paganas, lo que sea más característico de este “largo y dilatado discurso”,
que Michael de Montaigne finaliza con potente eslogan ¿antihumanista? : “Qué
cosa vil y abyecta es el hombre si no se eleva por encima de la humanidad”.
- - Michael
de Montaigne. Los ensayos. Capitulo XII (Libro II) APOLOGIA DE RAMÓN SIBIUDA. Traducción
de J. Bayod Brau. Acantilado. 2021.
- - Manuel
Bermúdez Vázquez. Michael de Montaigne: La culminación del escepticismo en el
Renacimiento. Servicio publicaciones Universidad de Córdoba. 2007
- - Peter Burke. Montaigne. Alianza Editorial.
1985
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