¿ES LA AMNISTIA UNA CUESTIÓN MORAL?

 

(PUBLICADO EN EL CUADERNO EN OCTUBRE 2023)

En unas recientes declaraciones del presidente de Castilla-La Mancha aseguró que aprobar una ley de amnistía para los independentistas catalanes sería un acto inmoral. No hablaba de ilegal, es decir, contrario a las Leyes vigentes, sino de no ser una decisión conforme con “lo moral”. También la Conferencia Episcopal, que habitualmente trata de mostrarse como “garante moral”, se opone a la amnistía, aunque sus argumentos son, esta vez, subrepticiamente morales al señalar que no procede porque “no se trata de una situación excepcional”.  Cabe por lo tanto preguntarse si, además de la clara vertiente política, tiene la amnistía una dimensión moral sobre la que podamos deliberar, para tratar de dilucidar si es justa o no, o si el debate moral puede contribuir a racionalizar el debate político.

Primero deberemos aclarar qué significado le damos al termino “amnistía”. Lógicamente no será la acepción técnica, jurídica, ya que no conocemos el posible texto que pueda debatir el Parlamento y, además, no tenemos interés, ni conocimientos, por plantear un debate jurídico. En ese sentido, podemos aceptar como definición de amnistía el “perdón de unos delitos o posibles delitos cometidos (muchos todavía no han sido juzgados), y que extingue la responsabilidad de sus autores”.

En la medida en que hablamos de perdón (por parte del Estado, que bien podríamos asimilar al perdón de todos los ciudadanos, aunque no todos compartan la medida), entramos de lleno en el campo de lo moral, ya que se trata de un acto de generosidad, que muchos filósofos, incluidos Kant, consideran un acto moralmente valioso que busca la reconciliación y trata de evitar el resentimiento.  Podemos, por lo tanto, aceptar que es posible abordar la amnistía desde una vertiente moral.

Deberíamos ahora preguntarnos qué tipo de moral conviene utilizar para esclarecer si se trata de un acto justo. En este sentido merece la pena señalar que no vivimos en una sociedad de moral única, sino que, como sociedad abierta y democrática, el pluralismo moral nos define. Es decir, cada ciudadano tiene una actitud, un carácter individual, que de algún modo condiciona su modo de enfrentarse a la vida, sus decisiones y preferencias, pero, además, puede compartir con otros determinadas doctrinas morales, como la moral católica, la moral musulmana, la moral socialista, la moral atea, etc. En definitiva, su moral sería el conjunto de sus convicciones (estén adscritas o no a una determinada doctrina moral) por las cuales orienta su conducta y realiza juicios morales. Aunque en términos coloquiales, y también en determinados contextos, la moral y la ética sinónimos, desde el punto de vista filosófica se distinguen ambos términos, de modo que la ética no implica unas conductas específicas, sino una reflexión filosófica sobre la moral, es decir, es filosofía moral. Conviene analizar, por lo tanto, el asunto desde la perspectiva de la ética.

En el debate ético sobre la amnistía no pretendemos dilucidar si la proposición “Es deseable conceder la amnistía” es verdadera o falsa (la verdad o falsedad de una proposición corresponde a la ciencia, no a la ética), sino si es justa o injusta. Simplificando, podríamos señalar que tenemos dos opciones. La que podemos denominar fundamentalista y la pragmatista (en ambos casos dicho sin ningún carácter peyorativo). La posición fundamentalista sería aquella que considera que no es deseable conceder la amnistía, que es injusto. Este criterio está, en cierto modo, condicionado por algo que se considera un “valor superior” que se sitúa fuera de nosotros y al que debemos atender como un mandato moral inexcusable: la unidad de la nación. Ese acto de perdón pondría en tela de juicio ese “valor superior”, ese mandato moral imperativo. Se trata de una posición casi teológica, en el sentido en que “algo más grande que nosotros” nos limita, nos condiciona. Es una posición, además, teleológica ya que la unidad de la patria, a modo de fin último, nos dirige e impulsa como ciudadanos. Dejamos de ser autónomos en aras de ese fin.

El término pragmatista incorporaría un cierto relativismo, pero no en el sentido de aceptar la tesis de que cualquier convicción moral es buena. Nadie puede defender ese tipo de relativismo. La postura pragmatista considera que es justo conceder la amnistía. Este pragmatismo se asimilaría a una posición utilitarista, en el sentido de John Stuart Mill, que señala que nuestras obligaciones morales han de ayudarnos a cumplir nuestros deseos, alcanzando con ello la máxima felicidad posible. En lo social, por lo tanto, debemos trabajar por lograr la mayor felicidad para el mayor número. En este caso, no se trata solamente de lograr la felicidad de los beneficiados por el perdón, sino de lograr la felicidad del mayor número de ciudadanos, que son las personas que creen que su felicidad disminuiría si se facilita un gobierno de aquellos que hoy apoyan una postura fundamentalista. Esa felicidad deriva de la convicción de que un gobierno de los que se muestran favorables a la amnistía puede desarrollar políticas de mayor justicia social y más respetuosas con la libertad y la diversidad social.

 Por supuesto, los pragmatistas pueden creer que la unidad de la nación es una idea que merece defenderse, pero, al margen que pueda resultar exagerado invocarla como argumento teleológico y teológico, no constituye la fuente de la actuación moral, ya que ésta no puede basarse en algo por encima de los ideales propios y autónomos. Los pragmatistas, en tanto que relativistas, tienden a considerar que el concepto de unidad de la nación manejado por los fundamentalistas aparece como una idea redentora, y todos sabemos, como bien señala Rorty, que la redención siempre fue una mala idea. Las personas necesitan ser más felices, no que las rediman.

En opinión de los pragmatistas, entre lo que me incluyo, ambas posiciones son producto de la creación humana. No estamos frente a una concepción que se corresponda con la verdad, o con la realidad, y otra que no. Una ofrece una idea metafísica que sigue las huellas de Platón, la otra prefiere no elevarse más allá de nuestra altura, mantenerse en la escala humana. No hay, por lo tanto, en este caso, un criterio objetivo para la selección de una de las dos propuestas. No hay solución moral al problema de la amnistía.  

Una medida tan concreta no forma parte de los necesarios mínimos morales compartidos que hacen posible una sociedad plural (derechos humanos, justicia social,…), sino que forma parte de los máximos morales personales que se relacionan con la felicidad, que todos tenemos derecho a perseguir. Sin embargo, podemos ponernos de acuerdo en el procedimiento para la toma de decisiones con el objeto de seleccionar la norma más justa. Y este procedimiento, que puede ir mejorándose, hoy por hoy, en una sociedad democrática, construida sobre un edificio ético universalista, es la mayoría parlamentaria. La amnistía tiene una vertiente moral, pero la solución es política.

 

 

 

 


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