¡ SE ACABO!

 (PUBLICADO EN EL CUADERNO EN AGOSO 2023)

Minutos después de finalizada la ignominiosa asamblea de la Real Federación Española de Fútbol del pasado 25 de agosto, con el perverso protagonismo de su inquietante y machista presidente, la centrocampista de la selección española de fútbol, Alexia Putellas, emitió el siguiente mensaje: “Esto es inaceptable… se acabó. Contigo compañera @Jennihermoso”. 

“Se acabó”: Un grito que recuerda y actualiza los clásicos “No pasarán” y “Hasta la victoria siempre”, y que viraliza la lucha feminista contra el antiguo régimen machista del sistema directivo del fútbol español. Sin duda el “caso Rubiales”, en toda su extensión, permite una reflexión desde distintos ángulos: un enfoque jurídico sobre si la conducta del personaje incurre en algún ilícito penal o falta administrativa; un enfoque sociológico sobre la permeabilidad de parcelas relevantes de la sociedad española a la conducta machista; sobre la adaptación a los valores de la sociedad democrática del ecosistema futbolístico, etc. Me interesa, no obstante, intentar una mirada desde la perspectiva de la ética aplicada, como si un hipotético personaje público, llamémosle Rubiales, tras ver peligrar su puesto de poder, y tras reiteradas consultas a distintos asesores de imagen, llegase a la conclusión de que precisa otra base moral que guie su conducta, que necesita cambiar sus valores. En definitiva, busca respuestas a la pregunta ¿Cómo debo comportarme?

Le han aconsejado que visite a varios filósofos, de diferentes corrientes, de modo que al final pueda optar por aquel esquema moral que le resulte más apropiado. En su primera cita, un profesor de filosofía le señal que ha estudiado su caso, y le muestra dos libros, uno de Maquiavelo y otro de Hobbes: “Aquí está la moral que necesita. Debe centrarse en atender a su interés más fuerte”, concentrarse en lo más importante y perseguirlo. No se disperse entre varios fines”. Rubiales es consciente que su interés más fuerte es mantener el cargo, conservar el poder, de modo que todo su comportamiento debe estar condicionado por este fin último. Pero piensa que realmente ese ha sido siempre su norte, su guía de conducta. Es verdad que ha tratado de no infringir las leyes, excepto en caso de necesidad y si estaba asegurada la impunidad, consciente de que una infracción penal pondría en peligro su estatus, lo más importante. En definitiva, el filósofo le aconseja no cambiar de moral, persistir.

El segundo experto regenta un gabinete filosófico. Tiene sobre su mesa un libro de Hume, y es consciente de que Rubiales tiene un carácter consolidado. Será posible matizarlo, pero forjarse un nuevo carácter virtuoso no parece ya factible. Así que le aconseja que, sin renunciar a su interés más fuerte, debe procurar actuar acorde con los sentimientos sociales, sobre todo aquellos que son aceptados y aplaudidos en el entorno social en el que mueve. Rubiales piensa entonces que deberá ser comprensivo, benevolente, simpático con los otros, sobre todo con los más cercanos, con los miembros del ecosistema futbolístico, aquellos a los que debe su cargo. “Si utilizo mi poder para beneficiarles, comprender sus errores, simpatizar con sus excesos, seré alguien bien visto, gozaré de las simpatías de mis colegas, alcanzaré su reconocimiento, seré considerado virtuoso”, cavila. Rubiales cree que el filósofo le señala la importancia de realizar un cálculo de utilidad, de modo que esos sentimientos “virtuosos” se practicarán preferentemente con los más cercanos y con la finalidad última de mantener la posición de poder. No debe preocuparse en exceso por los valores ajenos a su entorno, a su comunidad profesional. Trata de ponerse un ejemplo para asentar conceptos: el comportamiento y los valores machistas. Si el entorno profesional fuese marcadamente feminista, lo que conlleva un conjunto de valoraciones respecto al papel de la mujer en la sociedad, así como unas prácticas y conductas rigurosas con colegas y subordinadas, las ansias de reconocimiento le deberían llevar a unas actuaciones alejadas de estándares patriarcales. Tras esta elucubración acaba pensando que no es ese su ambiente. No será necesario cambiar de hábitos, lo que le tranquiliza.

Sin embargo, existe una disfunción entre los sentimientos y valores del hábitat de Rubiales y un valor crecientemente apreciado por una parte mayoritaria de la sociedad, el feminismo. Esta disfunción moral puede llegar a ser perniciosa para el mantenimiento de su estatus. Adaptarse a los sentimientos de tu grupo o comunidad como único criterio moral, sin tener presente a la sociedad en general, sin la participación de la razón que busca universalizar los valores, no parece una solución moralmente aceptable. En este contexto surge una pregunta. En una sociedad democrática, en la que se supone que no hay una moral única, sino una pluralidad moral, ¿qué es moralmente exigible? ¿es moralmente exigible no ser machista? Estaríamos aquí frente al problema de definir los contenidos de la moral cívica, la que debe transmitirse a todos los ciudadanos a través del sistema educativo y que conforma esos mínimos morales comunes sin los cuales no es viable una sociedad democrática. Sin duda, gran parte de esos mínimos morales, una vez acordados en procesos de diálogo entre todos los afectados, en las sociedades avanzadas pasan a formar parte de la legislación. “No matar” no es sólo una obligación moral, está también recogido como delito en el código penal. También los otros derechos humanos (libertad, seguridad, torturas, etc.) mantienen su estatus moral, pero a la vez están recogidos en las constituciones y las leyes. Esos mínimos morales se configuran alrededor del concepto de justicia social, que implica la adecuada distribución de los derechos y deberes fundamentales realizados por las instituciones sociales. Pero la justicia no abarca toda la moral, está también el ámbito de la “vida buena”, y es aquí donde cada persona puede tener sus propias opciones para alcanzar la felicidad. Con el tiempo el ámbito de los mínimos comunes de justicia se va ampliando. Las sociedades han ido transitando históricamente por vías de progreso moral (con sus retrocesos clamorosos), en las que nuevos valores, nuevos derechos se han ido incorporando al acervo moral común gracias a las aportaciones de colectivos que, mediante el análisis y la crítica social, han cuestionado los valores establecidos y ha abierto nuevos espacios de libertad y justicia. El feminismo es quizá el movimiento más potente de nuestro siglo, y gracias al conjunto de su teoría y de su agenda política, la defensa de la igualdad, los derechos ciudadanos de las mujeres y la abolición de los privilegios masculinos, se ha ido consolidando en nuestras sociedades democráticas. Los valores que aporta el feminismo son ya parte del mínimo común de justicia sin el que no es posible una convivencia social en las sociedades pluralistas. El machismo no es una opción ética, como lo es ser vegetariano o partidario del celibato. Hoy, en nuestra sociedad plural, democrática y civilizado, es un vicio pernicioso y reprobable.

Rubiales se conformó con los consejos de los dos primeros filósofos, y eligió dos vías erróneas, la del interés más fuerte y la de los sentimientos de su comunidad, quizás porque sintonizaban con sus prefijados fines y medios. No ha logrado, por lo tanto, articular una respuesta correcta a la pregunta ¿cómo debo comportarme? Tal vez si hubiese consultado con una tercera filósofa, digamos Adela Cortina, le hubiese aconsejado que, además de tratar de reformar su carácter e interesarse por las personas como seres absolutamente valiosos, con dignidad, que son un fin en sí mismo y a las que no puede utilizarse como medios, sería necesario, en el ámbito más práctico, atenerse a un código ético elaborado en un proceso de diálogo entre todos los afectados por la actividad profesional (en un sentido amplio, no corporativista), consensuado, en el que se tengan presentes los intereses de todos los participantes que puedan aportar argumentos sólidos y racionales para defender sus posiciones, y que incorpore los mínimos morales que ya son patrimonio común de una sociedad democrática. Y naturalmente, garantizar que la vigilancia de su cumplimiento sea realizada por personas solventes totalmente independientes. 

Nada de esto ha ocurrido en el caso del Rubiales. Todo apunta a que el personaje ya no era reciclable para una nueva etapa en la que la moral del fútbol sea acorde con los valores morales vigentes en la sociedad. El grito “se acabó” de la joven jugadora de la selección es el grito de toda la sociedad a la que le resulta repulsivo y repugnante un personaje propio de otros estadios moralmente más primitivos de la sociedad española.

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