NUESTRO MUNDO MORAL

 (PUBLICADO EN EL CUADERNO EN AGOSTO 2023)


Nuestro día a día es una sucesión continua de decisiones y elecciones. Gran parte de ellas derivan de la aceptación de un estilo de vida. Son decisiones prácticas, mecánicas, que se realizan sin demasiado esfuerzo de la voluntad: nos levantamos a una hora prefijada, nos desplazamos al trabajo, aceptamos o rechazamos acuerdos técnicos, elegimos una comida, resolvemos leer un libro o ver una serie. Esta conducta está condicionada por nuestros quehaceres, por las obligaciones sociales, por los deseos e inclinaciones, por nuestro talante. Pocos asegurarían que nuestro proceder está influido por la conciencia moral, por nuestro carácter moral. Y es lógico, porque la mayoría de estos comportamientos, de esas actitudes, no se encuadran dentro del ámbito moral, son elecciones de orden práctico orientadas a fijar un determinado rumbo a nuestra vida, pero no formarían parte de lo que en un sentido técnico se entiende como moral, ética o razón práctica.

De un modo más o menos intuitivo, percibimos el ámbito de lo moral como esa dimensión de nuestra vida en la que nos vemos obligados a adoptar comportamientos y decisiones en las que están implicados conceptos, más o menos abstractos, como bondad, deber, justicia, bienestar, felicidad, valor, libertad, virtud. Las elecciones regidas por juicios morales parecen tener un mayor nivel de gravedad, y las tomamos siendo conscientes de que son actos voluntarios, libres, sobre los que se nos puede exigir responsabilidad y sobre los que asumimos sus consecuencias (imputables).

Sin embargo, los que vivimos en sociedades democráticas parecería que no necesitamos estar pertrechados de un bagaje moral, toda vez que la esfera de la Ley, del derecho, ya ha asumido lo que podrían considerarse históricamente como los elementos clave de una moralidad cívica o humanista. En ese sentido, ser una persona moral, actuar con moralidad, significaría simplemente cumplir con las leyes: respetar la libertad de expresión que contemplan las normas legales, asumir el derecho al aborto y la eutanasia porque son legales, estar contra la pena de muerte ya que es anticonstitucional, respetar el derecho de las minorías o apoyar la lucha contra las desigualdades que posibilita el estado del bienestar porque está incorporado al ordenamiento jurídico. Por otro lado, una parte de la sociedad puede organizar su conciencia moral en base a preceptos o normas derivadas de sus creencias religiosas. Aunque el aborto sea legal, se considera una conducta inmoral porque así lo establece su religión, y por lo tanto se evita practicarlo. En ese sentido sería la religión, más que la ética la que regiría parte de los actos que podríamos considerar como de contenido moral. La ética, la moral, quedaría reemplazada por el derecho o por la religión.

Quizás los que practican una religión que, aparte de ritos y liturgias, no deja de ser un conjunto de normas que tratan de ordenar la vida moral de la persona, mantienen una ética plenamente identificada con sus creencias religiosas. Tiene una moral religiosa, sea cristiana, judía, budista o musulmana. Se trata de un conjunto de mandatos que se asumen de forma deliberada, aunque no proceden de uno mismo. Estamos ante una moral heterónoma: las normas descienden del exterior, de Dios. Realmente ésta ha sido, en Occidente, el tipo de moral dominante hasta la Ilustración. El fundamento de esa moral es claro: son los mandatos de un ser superior.

Las personas no religiosas, ¿sólo tienen la opción de identificar su moral con las leyes vigentes? Evidentemente no, sobre todo porque las leyes cambian, no recogen todos los anhelos morales, o simplemente prescriben conductas con la que se disiente. ¿Cuáles serían entonces los fundamentos, las bases de una moral no religiosa? En general, los seres humanos no viven la moral como una sistema cerrado y totalizador, que proporciona un criterio frente a cada dilema o problema. Vamos edificando nuestro mundo moral, adquiriendo los valores, por interacción con el entorno más próximo, en el ámbito educativo, por reflexión a medida que nos enfrentamos en el decurso de la vida con situaciones que demandan un criterio moral. Somos seres morales en construcción. Hemos ido asumiendo la validez de los derechos humanos, la necesidad de proteger el medio ambiente, el reconocimiento del valor de los animales que nos impulsa a revelarnos contra el sufrimiento que se les infringe. Pero ¿podemos afirmar que esos sentimientos, esos valores, esa moral es autónoma, que procede libremente de nosotros mismos y no del exterior? ¿Es relevante que la propia moral sea heterónoma o autónoma?

Probablemente nadie practica una moral completamente autónoma, dado que las normas o valores que aceptamos o bien proceden de la religión, o de la sociedad, o de nuestro entorno. Lógicamente algunos juicios pueden derivan de nuestra reflexión, son propios. Pero el concepto de autonomía no se circunscribe a la procedencia interna de los valores y normas empíricas, sino que es un aspecto de la fundamentación de la ética, de la filosofía moral. En ese sentido denominaríamos moral a los valores y normas que practicamos, y ética a una reflexión filosófica sobre la moral. Y es en la ética donde hay que situar la dualidad heteronomía/autonomía.

Con Kant se produce el giro copernicano en la moral. El fundamento de la moral deja de ser Dios (heterónoma) y pasa a situarse en la persona, que tiene dignidad, es autónoma, posee valor “en sí” e incorpora el deber como elemento constitutivo de la razón moral. El imperativo categórico kantiano (“obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”) pasa a ser la guía para nuestras decisiones morales autónomas. Claro que se trata en realidad de un criterio formal difícilmente aplicable en la práctica, no proporciona normas concretas, es subjetivo (no consulto con nadie) y pretencioso (ínfulas de universalidad). Naturalmente existen otras éticas no basadas en el deber, como la utilitarista (“lograr la mayor felicidad al mayor número”), pregonada por J.S. Mill, o la que fundamenta los principios morales en los sentimientos sociales como la simpatía (empatía), el afán de reputación o la estima, cuyo máxime representante seria Hume.

Estas corrientes éticas clásicas tienen en la actualidad sus reformulaciones, sus actualizaciones. Destacan las de raíz aristotélica, que preconiza que el fin último perseguido por los seres humanos es la felicidad, y que la vía para alcanzarla seria la educación del carácter a través de la práctica de las virtudes (prudencia, justicia, magnanimidad, solidaridad, cordialidad). Junto a ésta estarían las éticas de raíz kantiana, que siguen siendo unas éticas formales y procedimentales, que señalan como fundamento de la moral la “acción comunicativa”, en el que las decisiones morales en la sociedad se tomarían por consenso tras el diálogo entre todos los afectados (intersubjetividad) en condiciones de simetría.

Estas éticas dialógicas, promovidas por filósofos alemanes de la Escuela de Frankfurt, como Karl-Otto Apel y Habermas, tienen en España ilustres representantes, como la filósofa Adela Cortina. La profesora Cortina, en el marco de las éticas dialógicas, propone una Ética Mínima para las sociedades democráticas, que son sociedades plurales en las que no cabe el monismo ético, pero al mismo tiempo requieren unos mínimos compartidos que hagan viables la convivencia. Esos mínimos se configuran alrededor de la Justicia, de la justicia distributiva que garantice la posibilidad de desarrollo de todas las personas. Pero al mismo tiempo, como sociedades democráticas, todos pueden legítimamente mantener y practicar su ética de máximos, que se configura alrededor de lo que cada uno entiende por vida feliz. Esta Ética Mínima, que adolecía de una orientación marcadamente intersubjetiva, con olvido de los elementos intrasubjetivos relacionados con la forja del carácter como vía para alcanzar la felicidad, y que subrayaba de manera contundente los fundamentos racionales en detrimento de los sentimientos, ha sido reelaborada con la propuesta de una Ética de la Razón Cordial que incorpora esos nuevos aspectos, incide además en la necesidad de apostar por el desarrollo de las capacidades del ser humano, por su florecimiento y empoderamiento, y además incluye distintos elementos que constituyen novedosos desafíos del siglo XXI, como la ética de la responsabilidad y el cuidado del medio ambiente o el valor de los seres vivos no humanos.

El mundo moral no está subsumido en el ámbito del derecho o la religión. Es una región autónoma de nuestro ecosistema vital. Tal vez los debates más académicos tienden a alejar la moral de la vida cotidiana ya que lo importante no es saber qué es la moral, sino practicarla. Dotar de contenido material a la moral que debiera ejercerse en los diversos ámbitos vitales (laboral, deportivos, científicos, familiares, ocio, consumo, etc.) es una forma de propiciar su utilidad. Y esto, necesariamente, debe realizarse mediante el diálogo entre los afectados.

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