¿HARTOS DE SER HUMANOS?
(PUBLICADO EN EL CUADERNO - el cuadernodigital.com- JULIO 2023)
El filósofo español Antonio
Diéguez ha caracterizado el Transhumanismo como “el intento de
transformar sustancialmente a los seres humanos mediante la aplicación directa
de la tecnología “. La tecnología aplicable vendría a señalar dos variantes
del transhumanismo: i) el cibernético o computacionaI, basado en la
Inteligencia Artificial (IA) y la robótica, que se orienta hacia la hibridación
o fusión del hombre con las máquinas (cíborg); ii) el biológico,
que se plantea el biomejoramiento humano mediante la genética, la
biológica sintética o la farmacología, y que incluiría la manipulación de los
genes en la línea germinal (células que transmiten su material genético
a la progenie). Todo esto, naturalmente,
una vez que estas ciencias y técnicas alcance un grado de desarrollo
suficiente.
En el caso del transhumanismo
cibernético se llevaría a cabo un proceso de creciente ciborgización que culminaría
en el volcado de la mente en una máquina. Esto implica haber alcanzado un
desarrollo muy potente de la modalidad de IA denominada superinteligencia (superior
a la humana). Este crecimiento exponencial de la inteligencia de las máquinas,
a la que se designa como “singularidad”, supondría la autonomía
de la máquina, que acabará dominando al mundo y desplazando al ser humano. Uno
de los máximos expertos en este campo, el estadounidense Raymond Kurzweil,
ha pronosticado que la “singularidad” se alcanzará en 2045. Este será el
momento de comenzar a dejar nuestro soporte biológico y pasar la inteligencia a
las maquinas.
Claro que la posibilidad de que un
ordenador alcance, no ya la inteligencia superior o superinteligencia,
sino tan solo la inteligencia general (la humana), ha sido cuestionado
en diversos ámbitos. Desde la filosofía de la mente, John R. Searle
considera imposible que la máquina llegue a tener una inteligencia general
(distinta de la inteligencia especial, que realiza tareas específicas,
como cálculos, de forma muy superior al hombre) ya que la máquina no conoce el
significado de los símbolos que utiliza. Al faltarle el cuerpo no puede dar significado
a los conceptos abstractos, carece de intencionalidad, es decir no
pueden mantener una relación directa con el mundo. No puede haber inteligencia general
sin cuerpo, asegura.
La otra variante del transhumanismo,
el biológico, cuenta actualmente con el respaldo de potentes herramientas
biotecnológicas que pueden llegar a ser muy efectivas en el campo de las
terapias para la cura de enfermedades, pero que podrían ir más lejos y
dirigirse hacia el biomejoramiento de la especie humana. Las nuevas
técnicas como las tijeras genéticas de precisión (CRISP/cas9), o la biología
sintética capaz de la generación artificial de nuevos genes, posibilitarían
actuar a nivel genético para reforzar y mejoras determinadas características
como aumentar la inteligencia, incrementar la fuerza o remediar la vejez. El biomejoramiento
se ha definido por el filósofo moral Allen Buchanan como una “intervención
deliberada, aplicando la ciencia biomédica, que pretende mejorar una capacidad
existente, que tienen de forma típica la mayor parte de los seres humanos
normales, o todos ellos, o crear una capacidad nueva, actuando directamente en
el cuerpo o en el cerebro”. Estaríamos, sobre todo si se actúa sobre la línea
germinal, ante una modificación de la especie humana. Naturalmente los
transhumanistas tratan de alejarse de la concepción tradicional de la eugenesia
dictada por razones raciales (como la practicada, por ejemplo, por el nazismo),
y hablan de una eugenesia democrática, sin intervención del estado,
basada en la libre elección de los padres.
Ciertamente el transhumanismo tiene
sus críticos y sus oponentes, a los que se ha denominado bioconservadores. Una primera crítica se centra en el valor
científico de sus propuestas. El transhumanismo se presenta como un pensamiento
cientificista, que prioriza un progreso marcado por la ciencia y la tecnología.
Sin embargo, muchas de sus propuestas más radicales se ven por muchos
científicos y pensadores como utópicas, sin base científica. Se produce un salto
ilegitimo desde, por ejemplo, la mejora de la tercera edad, el aplazamiento
de la muerte por enfermedad o la inteligencia artificial, a la inmortalidad, la
salud perpetua o la super inteligencia. En ese sentido el transhumanismo se
percibe como una ideología al servicio de intereses económicos espurios,
como una herramienta de dominación de los poderosos. Seducir a la opinión
pública con promesas imposibles con objeto de apoderarse del debate y la agenda
pública, solo tiene como finalidad captar ingentes cantidades de recursos en
beneficio de determinadas élites.
Un segundo grupo de críticas apuntan
en la dirección del desafío ético del transhumanismo. Sus pretensiones de
manipulación genética en la línea germinal socavarían la esencia de la naturaleza
humana. La UNESCO, en su Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los
Derechos Humanos considera que “el genoma humano es la base de la unidad
fundamental de todos los miembros de la familia humana y el reconocimiento de
su dignidad intrínseca y su diversidad. En sentido simbólico, el genoma humano
es el patrimonio de la humanidad”. Para muchos filósofos morales, la base de la
moralidad está en la dignidad de los humanos, que a su vez está
vinculada con el genoma. Por lo tanto, su modificación minaría los fundamentos
de los derechos humanos.
Sin embargo, la naturaleza humana
es actualmente un concepto muy debatido. Como señala Antonio Diéguez, las
fronteras ontológicas y axiológicas entre humanos y animales, que en la
tradición cultural de Occidente eran limites muy precisos e infranqueables (los
animales carecen de razón, o de alma, o de consciencia), “si bien no han
caído por completo, empiezan a ser cuestionadas”. Y este cuestionamiento deriva del desarrollo
de las ciencias como la primatología, la etología cognitiva o las
neurociencias, que hoy comprenden con mayor profundidad el comportamiento
animal (grandes primates). “Por grande que sean las diferencias con los
seres humanos […] se trata de diferencias de grado que no sustentan el abismo
ontológico trazado con tanta seguridad en el pasado”. Por otro lado, los transhumanistas, basándose
en la noción de especie derivada de la biología evolucionista, señalan
que una especie difícilmente puede ser definida por un conjunto esencial de
propiedades inmutables. El ser humano desciende de otras especies, y éstas evolucionan,
sus características y rasgos cambian a lo largo de la historia evolutiva, no
son atemporales. No hay propiedades necesarias y suficientes para pertenecer a
una especie. Se ha llegado a asegurar que “la naturaleza humana es una
superstición”. En realidad, se asegura, solo hay un requisito para ser humano:
haber nacido de otro humano. Nada más.
¿No parece lógico y deseable que los
humanos persigamos nuestra mejora? ¿no es incluso un imperativo moral tratar de
mejorar en todos los aspectos? De hecho, la humanidad ha perseguido
históricamente su mejora a través de técnicas como la escritura o la educación,
o mediante avances sociales a través de distintos sistemas políticos, como la
democracia. Consecuentemente, el uso moderado y gradual de tecnologías que
mejoren nuestra inteligencia o nuestra felicidad no parece ajeno a los deseos
profundos de los seres humanos por incrementar sus capacidades y posibilidades.
Los avances de la biotecnología y las
ciencias cibernéticas permitirán, en un futuro no muy lejano, incorporar
tratamientos eficaces contra enfermedades y disfunciones actualmente
inabordables. Y también posibilitarán el mejoramiento de algunas capacidades
humanas. Este segundo aspecto no parece que deba descartarse necesariamente por
razones morales basadas en el concepto de naturaleza humana, si esas técnicas
pueden aplicarse con total seguridad y eficacia, si persiguen objetivos
debatidos y aceptados socialmente, si no introducen discriminación entre los
humanos, y si de su evaluación técnica y social se deriva que suponen un claro
avance para la humanidad. Pero en ningún
caso parecen aceptables los discursos ideologizados y acientíficos de un
transhumanismo radical, protagonizado por unas elites tecnológicas refractarias
al debate transparente y al control social, dominadas por la avaricia y que han
renunciado, como señala el filósofo francés Bruno Letour, a que todos
los hombres puedan progresar de igual manera. Y en ningún caso, esos debates
sobre el transhumanismo o la creación de seres poshumanos pueden servir
para desviar el foco de las actuales desigualdades humanas globales y de la
necesidad de mejor la calidad de vida de gran parte de los humanos realmente
existentes.
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