PERDIDOS EN EL MUSEO

 


(PUBLICADO EN EL CUADERNO - el cuadernodigital.com_ ABRIL 2023)                                                                                                                                                                                       ¿Con qué intención visitamos un museo o nos acercamos a una exposición? Seguramente nos sentimos atraídos por el arte, queremos disfrutar de la belleza o ansiamos tener una experiencia estética. Arte, belleza, experiencia estética, ¿son distintos modos de nombrar lo mismo?; ¿sólo es arte aquella práctica que crea objetos bellos capaces de proporcionarnos una experiencia que nos conmueve o nos impacta?

Durante siglos la belleza ha sido la categoría central de esa parte de la filosofía que se denomina Estética, y por lo tanto la forma privilegiada de definir el arte (la Estética también se ocupa de la belleza en la Naturaleza). Pero realmente ¿qué es la belleza? Desde los griegos hasta la Ilustración la belleza fue definida en los términos clásicos y canónicos de armonía, equilibrio, proporción de las partes. San Agustín (354- 430) señalaba que “Solo la belleza agrada; y en la belleza, las formas; y en las formas, las proporciones; y en las proporciones, los números”. Esta influyente formulación persistió durante más de un milenio. Era una belleza objetiva.

La reflexión estética durante el siglo XVIII socava esa Teoría de la Belleza. Filósofos como Hume especulan sobre un nuevo concepto, el gusto, propiciando un incipiente enfoque subjetivo de apreciación de la obra de arte. Se introducen también nuevas categorías estéticas como lo sublime (Addison, Kant) o lo pintoresco. La belleza persiste, pero está en declive, y sobre todo va desapareciendo su formulación canónica.

La experiencia estética ligada al gusto aparece como el nuevo paradigma del arte. Lo que nos agrada, nos impacta, nos transporta, nos hace sentir (aunque sea feo, horrible o nos genera inquietud y temor) es la nueva frontera que separa el arte (artes visuales) del resto de objetos. Es el triunfo del subjetivismo, del sujeto moderno. Pero hay gustos que se imponen. El gusto burgués, el académico, el convencional se convierte en el preferido de los cultivados, de los refinados y entendidos, y por mimetismo, de toda la sociedad.

Con un recorrido casi paralelo a la belleza, desde Platón hasta el siglo XX, el arte ha estado dominado por la idea de imitación o el propósito de captar las apariencias. Lo señalaba el teórico del arte León Battista Alberti (1404-1472): ” No debería haber ninguna diferencia visual entre mirar un cuadro y mirar por la ventana que muestra lo mismo que esa pintura”.  Pero las vanguardias del siglo XX (cubismo, futurismo, surrealismo, expresionismo, …) destrozan esa concepción clásica del arte. Las abstracciones y los ready-made hacen más difícil encontrar una definición apropiada de la obra de arte. Marcel Duchamp mostró con La Fuente (1917), su ready-made más famoso (un orinal invertido), una forma filosófica de erradicar la belleza y la imitación en el arte. También contribuye a ese giro copernicano Andy Warhol, que con sus Brillo Box de 1964 introduce una profunda confusión entre arte y realidad. De hecho, en la exposición en la galería Stable de Nueva York, los visitantes podían adquirir y llevarse a casa, envueltas en plástico, las cajas de Brillo, indistinguibles de las comerciales y manufacturadas de manera impecable (aunque no contenían los famosos estropajos).  El arte ya no parece generar objetos para la experiencia emocional. Más bien apunta hacia una vinculación intelectual, conceptual, filosófica.

¿Qué es arte? La pregunta continua y las definiciones se suceden, se amontonan: creación de belleza, imitación de la realidad, creación de formas, expresión del artista, experiencia estética, lo que produce un choque. Ante tal avalancha algunos desisten:” Es imposible establecer cualquier tipo de criterios del arte que sean necesarios y suficientes, cualquier teoría es una imposibilidad lógica, y no simplemente algo que sea difícil de obtener en la práctica”( M. Weitz, 1957). Pero no todos se dan por vencidos.  Ciertos artistas y pensadores propugnan que la esencia del arte es la novedad, la revolución permanente (Dubuffet, 1901-1985). Tal vez estamos ante lo que muchos filósofos considerarían un concepto abierto, ya que no se ha logrado establecer un conjunto de propiedades que atrape todas las formas de arte, todas las características inherentes a las obras de arte. No tiene límites precisos, aunque todos los objetos, todas las obras puedan mantener un impreciso “aire de familia”.

Una visión más pragmática seria la “teoría institucional”, mantenida por el filósofo americano George Dickie (1962-2020), quien considera que en última instancia es el Mundo del Arte (curadores, coleccionistas, críticos, artistas, …) quienes determina qué es arte. Pero quizá esto no cierra las puertas del debate. Más bien abre otras, ya que cabría preguntarse qué criterios aplica el Mundo del Arte.

En el siglo XXI seguimos visitando los museos. Y vamos con algún propósito, aunque no tengamos en mente una teoría, una definición de arte. Queremos ver obras artísticas, sean lo que sean, y pretendemos tener una experiencia (aunque sea tan débil que roce lo imperceptible). Tal vez renunciemos a definir la experiencia, o quizás, si tenemos tendencias hedonistas, la asociamos al placer, o la vinculamos al conocimiento (interesados en la historia del arte); o quizás procuramos incentivar nuestra imaginación o sumergirnos en la mera contemplación que nos aísle psíquicamente del resto del mundo.  Seguimos admirando los juicios estéticos bien informados, pero intuimos que es la experiencia estética la que puede poseer más relevancia personal, la que puede ser más gratificante.

Nos acercamos al museo para ver algo indefinible (arte) tratando de obtener una experiencia indeterminada.  Quizás hoy el arte es, simplemente, perderse en el museo sin prejuicios.                                                                                          









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