LAS EMOCIONES EN LA VIDA MORAL

 

Artículo publicado en El Cuaderno -elcuadernodigital.com-  en Febrero de 2023

Desde la Antigua Grecia las pasiones como el miedo, la compasión o la ira, han jugado un papel relevante en los debates que los filósofos han mantenido sobre cómo hay que vivir, sobre la vida buena. Muchos pensadores han visto las emociones como opuestas a la razón, y por lo tanto como un obstáculo para una vida vivida con inteligencia. Otros, en cambio, han considerado que las emociones son vitales para una vida plena y que sin ellas las personas están vacías, incapacitadas para la acción inteligente, para una autentica vida moral.

¿Pero qué son realmente las emociones? Los filósofos griegos hablaban de pasiones, a las que consideraban como sentimientos fuertes que penetran en la persona (pasiva) y perturban su mente. Una cólera intensa, un miedo atroz o una compasión exagerada son ejemplos de estas pasiones que pueden alterar la calma y dificultar la vida buena.   Los estoicos veían en las emociones obstáculos para la razón, estorbos para una vida sosegada. En cierto sentido las consideraban como falsos juicios sobre cosas externas a las que damos excesiva relevancia, y que nos conducen a la pérdida de la paz mental. Tanto los estoicos griegos (Zenon, Cleantes, Crisipo) como los estoicos romanos (Séneca, Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio) abogaban por una neutralización de las pasiones como vía para alcanzar la ataraxia, la imperturbabilidad. Proclamaban que la felicidad verdadera está en sentirse libre de las perturbaciones exteriores, en la tranquilidad interna.  Es feliz quien ha conseguido elimina sus deseos y sus temores, vive según la naturaleza y solo se guía por la razón.  

La fascinación por la razón, que comporta la proscripción de los impulsos emocionales en la esfera moral, y que ha tenido mucho predicamento en la filosofía moderna occidental, mayoritariamente racionalista, tiene su máximo exponente en Kant.  Efectivamente, Kant ha sido el adalid de una posición hiperracional  y antiemocional en el ámbito de la filosofía moral. Su ética nos muestra que lo único indiscutiblemente bueno es la buena voluntad, la conciencia moral, y esto nos conduce al imperativo de obrar por deber y no por inclinación o simpatía. Una acción solo tiene valor moral cuando se realiza puramente por el deber. Un deber que es producto de la razón pura, independiente de la experiencia, y tiene en el imperativo categórico su máximo mandamiento “Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”.

La visión positiva de las emociones tiene también una larga tradición que arranca con Aristóteles.  El eje de la propuesta ética aristotélica son las virtudes, modos de ser que orientan el comportamiento y hacen que éste sea moralmente bueno o malo. La virtud es un punto medio entre dos extremos emocionales. La virtud no es conocimiento. Conocer no implica necesariamente obrar bien. Para obrar bien debemos estar interesados, emocionarnos, desear el bien para que nuestra voluntad lo elija sin vacilaciones. Ser virtuoso, piensa Aristóteles, no es una actividad estrictamente intelectual, racional. Es necesario un estado de ánimo que nos mueva a desear obrar correctamente.

Del mismo modo, para muchos pensadores modernos como Spinoza o Adam Smith, las emociones impregnan nuestra vida moral, guían nuestro pensamiento ético. Pero es quizás David Hume (1711-1776) quien con más énfasis resalta el papel preponderante de las emociones en la ética. Para Hume, la fundamentación de la moral reside en las pasiones y los sentimientos. La razón se ocupa de “los hechos”, del ámbito del conocimiento donde se dirimen las cuestiones de verdad o falsedad. Los valores morales no pueden derivarse lógicamente de los hechos. El “es” y el “debe” no son equiparables. Hume percibe que numerosos términos que utilizamos diariamente tienen un uso valorativo. Calificativos como “sociable”, “justo”, “sincero”, “generoso”, “sensato”, “honesto” y otros análogos expresan un mérito, una virtud. Con estos términos, que tienen una alta valoración social y que cualquier persona desearía que se le asignasen, podemos elaborar una guía para la moral social. Estos términos son útiles para uno mismo o para los demás, o agradables para los demás o para quien los posea.  Hume afirmaba que “No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo a herirme en un dedo”. El hecho de que sea moralmente preferible evitar la destrucción del mundo, pensaba Hume, no deriva de la razón sino de nuestro sentimiento moral, del sentimiento de simpatía que une a los humanos.

La psicología actual ya no habla de pasiones sino de emociones, categoría que agrupa una amplia variedad de estados mentales. Las emociones básicas como la ira, el miedo, la tristeza, la alegría, la aversión, etc. son universales e innatas, son el legado de nuestra historia evolutiva. Otras emociones mas complejas como el amor, la vergüenza o la envidia son también universales, pero están más influenciadas por pensamientos conscientes, y por lo tanto tienen una mayor variabilidad cultural. Gran parte de las actuales teorías de las emociones tienden a diluir la tradicional separación entre lo sensible y lo racional y consideran que entre ambos existe un continuo difícil de deslindar. De las diferentes teorías sobresale la Teoría de las emociones basada en el juicio o Teoría cognitivista: Las emociones tienen un sustrato cognitivo y no meramente sensitivo. Cuando por la noche, acostados en nuestro dormitorio tenemos miedo porque escuchamos pasos acercándose, la sensación de miedo no son los latidos del corazón, ni la conciencia de éstos, sino la creencia de que un intruso está a punto de entrar en la habitación. Es esa creencia, ese juicio, esa cognición la que está en la base de la emoción de miedo y la que origina los cambios físicos (latidos, sudor, músculos tensos). 

Estas nuevas visiones científicas, psicológicas y filosóficas sobre la naturaleza de las emociones conducen a plantear bajo renovados parámetros el papel de las emociones en la vida moral. Una de las filósofas defensoras de la Teoría cognitivista es la norteamericana Martha Nussbaum, quien comienza su libro Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones (Upheavals of Thought) señalando que: “Las emociones comportan juicios relativos a cosas importantes, evaluaciones en las que, atribuyendo a un objeto externo relevancia para nuestro bienestar, reconocemos nuestra naturaleza necesitada e incompleta frente a porciones del mundo que no controlamos plenamente”. Para Martha Nussbaum las emociones poseen un importante elemento cognitivo, “encarnan maneras de interpretar el mundo”. Como experiencias ligadas a las creencias y a los juicios, las emociones “pueden calificarse adecuadamente de verdaderas o falsas, […] según la valoración que se haga de la creencia que la fundamenta”. Se trata, sin duda, de una visión de la emoción que nos enfrenta con nuestra propia vulnerabilidad (De esta manera las emociones son efectivamente un reconocimiento de nuestras necesidades y falta de autosuficiencia). La vida buena, la vida moral, no puede dirigirse a la erradicación de las emociones en el sentido estoico. Debe llenarse de contenidos emocionales que desde un punto de vista moral diremos que son buenos o malos, racionales o irracionales, pero que nos configuran como seres humanos. La ética difícilmente puede prescindir de las esas expresiones esenciales que son las emociones. Entre los fines de la ética están el ordenar y armonizar los afectos, los deseos, las emociones. La razón, en ese sentido, no se contrapone a las emociones, sino que se amalgama con ellas para orientarlas en la dirección más favorable para la vida buena.


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