LAS EMOCIONES EN LA VIDA MORAL
Desde la Antigua Grecia las pasiones
como el miedo, la compasión o la ira, han jugado un papel relevante en los
debates que los filósofos han mantenido sobre cómo hay que vivir, sobre la vida
buena. Muchos pensadores han visto las emociones como opuestas a la
razón, y por lo tanto como un obstáculo para una vida vivida con inteligencia.
Otros, en cambio, han considerado que las emociones son vitales para una vida
plena y que sin ellas las personas están vacías, incapacitadas para la acción
inteligente, para una autentica vida moral.
¿Pero qué son realmente las emociones?
Los filósofos griegos hablaban de pasiones, a las que consideraban como
sentimientos fuertes que penetran en la persona (pasiva) y perturban su mente.
Una cólera intensa, un miedo atroz o una compasión exagerada son ejemplos de
estas pasiones que pueden alterar la calma y dificultar la vida buena. Los estoicos
veían en las emociones obstáculos para la razón, estorbos para una vida
sosegada. En cierto sentido las consideraban como falsos juicios sobre cosas
externas a las que damos excesiva relevancia, y que nos conducen a la pérdida
de la paz mental. Tanto los estoicos griegos (Zenon, Cleantes,
Crisipo) como los estoicos romanos (Séneca, Cicerón, Epicteto,
Marco Aurelio) abogaban por una neutralización de las pasiones como
vía para alcanzar la ataraxia, la imperturbabilidad.
Proclamaban que la felicidad verdadera está en sentirse libre de las
perturbaciones exteriores, en la tranquilidad interna. Es feliz quien ha conseguido elimina sus
deseos y sus temores, vive según la naturaleza y solo se guía por la razón.
La fascinación por la razón, que
comporta la proscripción de los impulsos emocionales en la esfera moral, y que
ha tenido mucho predicamento en la filosofía moderna occidental,
mayoritariamente racionalista, tiene su máximo exponente en Kant. Efectivamente, Kant ha sido el adalid
de una posición hiperracional y
antiemocional en el ámbito de la filosofía moral. Su ética nos muestra que lo
único indiscutiblemente bueno es la buena voluntad, la conciencia
moral, y esto nos conduce al imperativo de obrar por deber y
no por inclinación o simpatía. Una acción solo tiene valor moral
cuando se realiza puramente por el deber. Un deber que es
producto de la razón pura, independiente de la experiencia, y tiene en el
imperativo categórico su máximo mandamiento “Obra sólo de forma que
puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”.
La visión positiva de las
emociones tiene también una larga tradición que arranca con Aristóteles.
El eje de la propuesta ética aristotélica
son las virtudes, modos de ser que orientan el comportamiento y
hacen que éste sea moralmente bueno o malo. La virtud es un punto medio entre
dos extremos emocionales. La virtud no es conocimiento. Conocer no
implica necesariamente obrar bien. Para obrar bien debemos estar interesados,
emocionarnos, desear el bien para que nuestra voluntad lo elija sin
vacilaciones. Ser virtuoso, piensa Aristóteles, no es una actividad
estrictamente intelectual, racional. Es necesario un estado de ánimo que
nos mueva a desear obrar correctamente.
Del mismo modo, para muchos
pensadores modernos como Spinoza o Adam Smith, las emociones
impregnan nuestra vida moral, guían nuestro pensamiento ético. Pero es quizás David
Hume (1711-1776) quien con más énfasis resalta el papel preponderante de
las emociones en la ética. Para Hume, la fundamentación de la moral reside en
las pasiones y los sentimientos. La razón se ocupa de “los
hechos”, del ámbito del conocimiento donde se dirimen las cuestiones de
verdad o falsedad. Los valores morales no pueden derivarse lógicamente de los
hechos. El “es” y el “debe” no son equiparables. Hume percibe que
numerosos términos que utilizamos diariamente tienen un uso valorativo. Calificativos
como “sociable”, “justo”, “sincero”, “generoso”, “sensato”, “honesto” y otros
análogos expresan un mérito, una virtud. Con estos términos, que tienen una alta
valoración social y que cualquier persona desearía que se le asignasen, podemos
elaborar una guía para la moral social. Estos términos son útiles
para uno mismo o para los demás, o agradables para los demás o para
quien los posea. Hume afirmaba que “No
es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo a herirme en un dedo”.
El hecho de que sea moralmente preferible evitar la destrucción del mundo,
pensaba Hume, no deriva de la razón sino de nuestro sentimiento moral, del
sentimiento de simpatía que une a los humanos.
La psicología actual ya no habla
de pasiones sino de emociones, categoría que agrupa una amplia variedad de
estados mentales. Las emociones básicas como la ira, el miedo, la tristeza, la
alegría, la aversión, etc. son universales e innatas, son el
legado de nuestra historia evolutiva. Otras emociones mas complejas como el
amor, la vergüenza o la envidia son también universales, pero están más
influenciadas por pensamientos conscientes, y por lo tanto tienen una mayor
variabilidad cultural. Gran parte de las actuales teorías de las emociones
tienden a diluir la tradicional separación entre lo sensible y lo
racional y consideran que entre ambos existe un continuo difícil de deslindar.
De las diferentes teorías sobresale la Teoría de las emociones basada en el
juicio o Teoría cognitivista: Las emociones tienen un sustrato
cognitivo y no meramente sensitivo. Cuando por la noche, acostados en nuestro
dormitorio tenemos miedo porque escuchamos pasos acercándose, la
sensación de miedo no son los latidos del corazón, ni la conciencia de éstos,
sino la creencia de que un intruso está a punto de entrar en la
habitación. Es esa creencia, ese juicio, esa cognición la
que está en la base de la emoción de miedo y la que origina los cambios físicos
(latidos, sudor, músculos tensos).
Estas nuevas visiones
científicas, psicológicas y filosóficas sobre la naturaleza de las emociones
conducen a plantear bajo renovados parámetros el papel de las emociones en la
vida moral. Una de las filósofas defensoras de la Teoría cognitivista es
la norteamericana Martha Nussbaum, quien comienza su libro Paisajes
del pensamiento. La inteligencia de las emociones (Upheavals of Thought) señalando
que: “Las emociones comportan juicios relativos a cosas importantes,
evaluaciones en las que, atribuyendo a un objeto externo relevancia para
nuestro bienestar, reconocemos nuestra naturaleza necesitada e incompleta
frente a porciones del mundo que no controlamos plenamente”. Para Martha
Nussbaum las emociones poseen un importante elemento cognitivo, “encarnan
maneras de interpretar el mundo”. Como experiencias ligadas a las creencias
y a los juicios, las emociones “pueden calificarse adecuadamente de verdaderas
o falsas, […] según la valoración que se haga de la creencia que la fundamenta”.
Se trata, sin duda, de una visión de la emoción que nos enfrenta con nuestra
propia vulnerabilidad (“De esta manera las emociones son
efectivamente un reconocimiento de nuestras necesidades y falta de
autosuficiencia”). La vida buena, la vida moral, no puede
dirigirse a la erradicación de las emociones en el sentido estoico. Debe
llenarse de contenidos emocionales que desde un punto de vista moral diremos
que son buenos o malos, racionales o irracionales, pero que nos configuran como
seres humanos. La ética difícilmente puede prescindir de las esas
expresiones esenciales que son las emociones. Entre los fines de la ética están
el ordenar y armonizar los afectos, los deseos, las emociones. La razón, en ese
sentido, no se contrapone a las emociones, sino que se amalgama con ellas para
orientarlas en la dirección más favorable para la vida buena.
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