LAS FUENTES Y LA CURVA DE LA FELICIDAD
(PUBLICADO EN EL CUADERNO -el cuadernodigital.com- EN ENERO DE 2023)
“Qué feliz seria si fuese feliz”, aseguraba Woody
Allen. Este juicio circular es quizás la única “verdad” incontrovertible que
puede pronunciarse sobre la felicidad. Durante más de 2.500 años la filosofía ha
tratado de buscar respuestas sobre la naturaleza y el camino hacia la
felicidad. Sucede, sin embargo, que la
vocación de la filosofía no es precisamente esculpir respuestas conclusivas ni
proporcionar recetas para alcanzar nuestros anhelos, sino más bien explorar espacios
de reflexión sobre los mismos. Las
opciones examinadas en la búsqueda de la felicidad han sido múltiples y
distintas. Entre otras: La vida virtuosa nos proporciona la
felicidad (Aristóteles); la felicidad se alcanza con la
contemplación de Dios (San Agustín); la felicidad es la ausencia de
deseos (Estoicismo, Budismo); la felicidad está en el placer
(Epicúreos); no podemos aspirar a la felicidad sino a merecerla a
través del deber (Kant); la felicidad es el mayor placer para el
mayor número de personas (Utilitarismo); hay que buscar la
libertad en lugar de la felicidad (Sartre); la felicidad se
consigue a través de vivencias y la realización de nuestros proyectos y deseos
(Martha Nussbaum). Estas variadas meditaciones en torno a ese
concepto poliédrico y escurridizo pueden desconcertarnos si lo que pretendemos es
disponer de herramientas prácticas para la acción.
En los últimos tres
siglos distintas ramas se han ido desgajando del tronco común de la filosofía,
emprendiendo un camino autónomo en diferentes ámbitos del conocimiento. El
éxito de estos linajes autónomos para entender,
explicar y prever muchos fenómenos ha superado los parcos triunfos filosóficos,
y han dado pie al conocimiento científico en las ciencias naturales y
sociales. En el campo de la felicidad, la Psicología Positiva ha
proporcionado avances notables en definir su naturaleza y contenido, en
establecer las causas más relevantes de la misma y en medir los niveles de
felicidad de la población. Lógicamente, tampoco se ha logrado un consenso
universal sobre estos aspectos, pero hay un núcleo de teorías y métodos sobre
las que se consolida un creciente acuerdo académico. Las teorías hedonistas,
la de la satisfacción por la vida, la del estado emocional y las
teorías híbridas, como la del bienestar subjetivo, constituyen los
enfoques más relevantes. Si nos
preguntamos por las fuentes de la felicidad, vemos que no hay una lista
definitiva, y que estas variarán en función de la teoría de la felicidad que
aceptemos; pero el mayor acuerdo se articula a través de los siguientes cinco
elementos: 1) Seguridad; 2) Perspectiva; 3) Autonomía; 4) Relaciones; 5) Actividades
cualificadas y significativas.
La seguridad tiene diferentes variantes. Mantener la
sensación de que no estamos frente a una situación de riesgo físico es,
por supuesto, esencial. La seguridad material no es baladí. Para
los más pobres el dinero es muy relevante para la felicidad. Pasado cierto
umbral, la relación dinero-felicidad es débil. La riqueza puede producir inseguridad
material al incrementar los apetitos y las expectativas: estar habituados a
elevados estándares de vida puede ser motivo de mayor vulnerabilidad frente a
las frustraciones. En la tradición filosófica tanto los estoicos como
los epicúreos alertaban de los riesgos de la vida lujosa, y aconsejaban
vivir con simplicidad. Hay otras seguridades no menos importantes como la de
sentirse seguro en las relaciones sociales, o sentirte seguro en
relación con la disponibilidad de tiempo para realizar lo que necesitas.
La seguridad es buena para la felicidad, pero el exceso, la falta total de
riesgos, puede influir negativamente en el crecimiento personal.
Una perspectiva acertada, una mirada positiva es otro
ingrediente valioso para la felicidad. Sin duda, tu actitud general ante la
vida puede contribuir ampliamente a tu bienestar subjetivo. Pero no
confundamos: la felicidad no es una elección, no depende de tu actitud, no es
un objeto que puedes adquirir en una tienda. Los estoicos griegos y romanos señalaban la
importancia de mantener una actitud imperturbable ante las contingencias
externas. Del mismo modo, los budistas consideran que alcanzar la
felicidad es posible a través de la erradicación de los deseos, que son origen
de sufrimiento. Sin llegar a esos
extremos, una perspectiva positiva, optimista, que aprecia los detalles
y los pequeños placeres ayuda. También la aceptación, es decir, no
exigir que todo se adapte a tus prioridades, a tu agenda, al tiempo que se
mantienen unas expectativas realistas, son cualidades que refuerzan la
felicidad. Al igual que la fortifica tanto el cuidado de los otros como
el evitar perspectivas marcadamente materialistas, donde las
posesiones, el dinero y el estatus (motivaciones externas) sustituyen a las
motivaciones intrínsecas, como, por ejemplo, un trabajo vocacional.
Tener un alto grado de autonomía, estar al cargo de
tus asuntos, es una indudable impulso para la felicidad. Esta autonomía se
vincula con la libertad de tener un rango de opciones entre las que elegir. Pero
cuanto mayor es el rango de opciones, las posibilidades de equivocarse
aumentan, requieren más trabajo y puede incorporar más ansiedad. Se ha señalado
que de todas las cosas que importan para la felicidad, son las relaciones lo
que más necesitamos que fluyan adecuadamente: familia, amigos, comunidad. Las
relaciones cercanas nos proporcionan comprensión y confianza; nos sentimos
aceptados y queridos, y nos dan seguridad frente a las adversidades. Ese es el
caldo de cultivo de la felicidad. Señalaba Aristóteles que la
felicidad (eudaimonia) es una actividad del alma de acuerdo con la virtud
perfecta. La virtud también significa “excelencia” en la actividad. Además de criaturas sociales, somos agentes
que hacen. La vida activa, la realización de actividades útiles,
interesantes y con sentido es una valiosa causa de felicidad. El ejercicio de
nuestras capacidades permite nuestro desarrollo, nuestro florecimiento.
Pero ¿estas fuentes de la felicidad son independientes de la
edad? ¿Son los jóvenes más felices? ¿La vejez es sinónimo de infelicidad? ¿La persona adulta, en sus años más activos y
productivos, en la cúspide de su desarrollo profesional, es la persona más
feliz? Son muchos los estudios que apuntan a que la evolución de la
felicidad a lo largo de la vida sigue una curva en forma de U.
Decrece desde la adolescencia hasta alcanzar un mínimo en la mediana edad,
alrededor de los 45-50 años. Luego mantienen una pauta ascendente hasta
aplanarse o descender en la vejez (alrededor de los 75-80 años). En la
trayectoria vital de las personas hay distintos eventos que afectan a la
felicidad: el matrimonio, la paternidad, el empleo permanente, la salud, la
calidad de las instituciones formales. Esa mejora de la felicidad a partir de
la mediana edad se produce a pesar de que algunos de estos eventos vitales como
la salud, el estado financiero, el estatus matrimonial o los contactos sociales
empeoran a edades más avanzadas. Otros
estudios han cuestionado esta forma en U, o han apuntado que los
cambios de la felicidad con la edad no son muy pronunciados: los factores sociodemográficos como la
edad, el género y la raza combinados solo explicarían un 10% de la felicidad.
Se ha constatado que los jubilados son más felices
que las personas que trabajan, cuando la jubilación ha sido voluntaria, gozan
de buena salud y su poder adquisitivo no ha sufrido pérdidas notables. Pero es
muy relevante tener recursos personales y sociales para el tiempo libre.
Estar activo durante la vejez es uno de los mejores predictores del bienestar
subjetivo. Tiene un efecto muy positivo en la satisfacción por la vida,
promueve la salud física y proporciona una percepción positiva de la edad. Ya
sostenía el lúcido Cicerón, en el siglo I a.C., que la vejez es una
etapa “sosegada y placida”, pero siempre que se tengan recursos
interiores. “Para quien no tenga ningún recurso interior con el que vivir
bien y felizmente, cualquier edad es pesada. […] Hay que seguir aprendiendo y
estudiando. […] Hay que evitar una vejez somnolienta, perezosa e indolente”.
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