LA FELICIDAD, SEGUN BERTRAND RUSSELL (II)
Una vez caracterizada la persona infeliz, Bertrand Russell se propone desvelarnos cuales son las fuentes esenciales de la felicidad. Es consciente de que las circunstancias personales son muy diferentes, así que fiel a su creencia de que no hay una ética universal, estima que tampoco hay una receta universal, de modo que limita el alcance de su “cura para la infelicidad cotidiana”.
Sus consejos solo se dirigen a las personas que no están sometidas a
ninguna “causa extrema de sufrimiento externo”, que tienen unos
ingresos suficientes para “asegurarse alojamiento y comida”, gozan de una
razonable buena salud, y no han sufrido grandes catástrofes personales. En ese sentido, Russell está aconsejando a personas en cierto modo favorecidas, que disfrutan de una
existencia llevadera, pero que intentan mejorar su satisfacción. Es consciente
de que en determinadas circunstancias como las referidas, o la felicidad no es
posible o requiere de fortalezas y pautas diferentes a las normales.
Russell ve en el “Entusiamo” la característica
más destacable de las personas felices, el rasgo más distintivo. “Cuantas
mas cosas le interesan a un hombre [y a una mujer], mas oportunidades de
felicidad tendrá, y menos expuesto a los caprichos del destino, ya que si le
falta una de las cosas siempre puede recurrir a otra”. Naturalmente que ese
entusiasmo debe canalizarse, armonizarse con el “marco general de la vida”.
El entusiasmo por jugar a la ruleta, robar bancos o por la inversión en
criptomonedas no parece una vía muy segura para la felicidad. Nuestros gustos y deseos deben ser “compatibles
con la salud, con los deberes sociales más básicos y con garantizarnos unos
ingresos suficientes para cubrir nuestras necesidades”. El interés general por el mundo exterior es el
que nos permite convertir los sucesos en experiencias, y al mismo
tiempo evitamos la “enfermedad del introvertido, que al ver desplegarse ante
él los múltiples espectáculos del mundo, desvía la mirada y solo se fija en su
vacío interior” Sin duda Russell es consciente de que en ocasiones los
espectáculos del mundo exterior no son muy propensos a generarnos entusiasmo, pero
eso lo aborda en otros libros.
Una de las causas de la pérdida del entusiasmo es la “sensación
de que no nos quieren”. El sentirse queridos fomenta la seguridad y
confianza en uno mismo. Pero tan relevante como el afecto que se recibe, es el
“Cariño” que una persona da. Ese cariño que se da es quizá “la
manifestación más importante del entusiasmo por la vida. […] La capacidad de
sentir autentico cariño es una de las señales de que uno ha escapado de la
cárcel del ego”. Russell ve que hay grandes obstáculos psicológicos y
sociales que “impiden el florecimiento del cariño”, y que estos son un
grave mal de la sociedad. [Sin duda habla por experiencia propia, ya que fue
educado en la rígida moral victoriana por su aristocrática abuela]. “A la gente
le cuesta trabajo conceder su admiración por miedo a equivocarse; y le cuesta
trabajo dar amor por miedo a que le hagan sufrir. Se fomenta la cautela, tanto
en nombre de la moral como de la sabiduría mundana […] Entre todas las formas
de cautela, la cautela del amor es, posiblemente, la mas letal para la
auténtica felicidad”.
Da gran importancia a la familia, pero
no en términos conservadores (tuvo varias esposas, y sus relaciones amorosas
fueron poco convencionales). Estima que el amor paternofilial es una fuente muy
relevante de felicidad. En este ámbito se pone poético y trascendente: “Para
ser feliz en este mundo, sobre todo cuando la juventud ya ha pasado, es
necesario sentir que uno no es solo un individuo aislado cuya vida terminara
pronto, sino que forma parte del rio de la vida, que fluye desde la primera
célula hasta el remoto y desconocido futuro”. La base de la familia es el
cariño especial de los padres por los hijos, que no es asimilable al que sienten
entre ellos ni por otros niños. Y esto lo vincula con un atavismo genético que
nos induce a pensar en una prolongación de nuestra vida más allá de la muerte
y, además, “hay una mezcla perfecta de poder y ternura”. Sin duda él mismo experimentó estas sensaciones con sus hijos. [Tuvo tres con Dora Black,
su segunda mujer, una militante feminista y socialista, y el interés por su
educación les llevó a fundar una escuela (Beacon Hill) en la que pusieron en
práctica sus avanzadas e innovadoras ideas educativas. Tuvo un cuarto hijo con
su tercera esposa, Patricia Spencer]. Conforme con su visión de la educación indicaba
que “Una alegría de la paternidad solo puede alcanzarla en el mundo
moderno los que sientan sinceramente esta actitud de respeto hacia el hijo,
porque a ellos no les molesta reprimir sus ansias de poder y no tendrán que
temer la amarga desilusión que experimentan los padres despóticos cuando sus
hijos adquieren libertad”. La importancia de la familia para la felicidad la vivió directamente, como también la necesidad de
publicar muchos libros por razones alimenticias.
Respecto al Trabajo como causa de felicidad, Russell
comienza dudando: “Puede que no esté muy claro si el trabajo debería
clasificarse entre las causas de la felicidad o entre las causas de desdicha”.
Finalmente, tras algunas divagaciones, opta por afirmar que, si no es excesivo,
cumple su papel en el esquema de la felicidad. Un papel que tiene diversos grados,
ya que puede considerarse como “un mero alivio frente al tedio, hasta uno de
los placeres más intensos, dependiendo de la clase de trabajo y de las
aptitudes del trabajador”. Uno de los modos en que el trabajo es fuente de
felicidad es su vinculación con la “persistencia de los propósitos”, que
es uno de los “ingredientes más importantes de la felicidad”, ya que
para la mayoría esto se consigue con el trabajo. Como ejemplos de ocupaciones
que poseen los dos ingredientes básicos de un trabajo satisfactorio, “ejercicio
de una habilidad” y el “elemento constructivo”, señala a los
artistas y a los hombres de ciencia. Para el resto siempre queda el consuelo de
que el trabajo, al menos, previene el aburrimiento, y que algunos “ofrecen
posibilidades de éxito, y dan oportunidades a la ambición”.
Hay también aspectos de la vida que no están relacionados
con las grandes inclinaciones que la configuran, pero que sin su concurso la
vida resulta menos relajada, con mayor tensión y fatiga. Son los intereses
secundarios, los intereses menores con los que se ocupa el tiempo libre. “Si
uno es aficionado a los libros, la lectura no relacionada con su actividad
profesional resultará satisfactoria. También los deportes o el teatro son irreprochables
desde este punto de vista […] el que aspire a la felicidad procurará adquirir
unos cuantos intereses secundarios”.
Es evidente que la felicidad depende tanto de las circunstancias
externas como de uno mismo. Las que dependen de uno mismo son cosas simples. “La
felicidad debería estar al alcance de cualquiera, siempre que las pasiones e
intereses se dirijan hacia afuera y no hacia dentro”. La persona feliz adopta
un credo feliz, es partidaria de vivir, de vivir objetivamente, sin fantasías.
Bibliografía
Bertrand Russell. La conquista de la felicidad.
DEBOLSILLO, 2016
Fernando Broncano. Russell. Conocimiento y felicidad.
Prisanoticias Colecciones, 2021
Alan Wood. Bertrand Russell. El escéptico apasionado. Aguilar, 1967
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