Necesidad, contingencia y libre albedrío en Boecio
En el libro V de su obra más influyente, La Consolación de
la Filosofía, Boecio (475-525) trata de reconciliar la presciencia divina,
el hecho que Dios conozca todas las intenciones y actos pasados, presentes y
futuros, con la libertad humana, con el libre albedrio.
Comienza preguntándose si existe el azar y en que consiste.
Toma por válida la definición de Aristóteles que habla de azar siempre que se
hace algo con cierto propósito, pero que por cualquier motivo resulta otra cosa
que no estaba prevista: “es el advenimiento inesperado que resulta de la
confluencia de distintas causas que confluyen, pero no de la intención de los
agentes”. Ilustra la definición con un ejemplo: si arando la tierra para
cultivarla alguien encuentra una vasija llena de oro, se trata del
azar. Ese hallazgo tiene sus propias causas (enterrar la vasija, arar la
tierra) que concurren sin que haya sido la intención de los distintos agentes
(el que enterró la vasija, el que labra la tierra) descubrir la vasija.
Boecio considera que es la providencia divina la que
determina el “lugar y el momento de todas las cosas”, la que hace que
confluyan las distintas causas. Esto le lleva directamente a plantarse si
hay lugar para nuestro libre albedrio: “Me parece contradictorio que Dios lo
sepa todo de antemano y que sea posible el libro albedrío”. Si Dios, que es infalible, conoce
ahora lo que voy a hacer mañana, no tengo libertad de
elección.
Algunos eventos futuros son contingentes, es decir pueden
ocurrir o no. Aquellos eventos sobre los que nosotros tomamos decisiones
solemos considéralos contingentes. Si algo es contingente, entonces no es
necesario ni imposible. En la tradición aristotélica los eventos son necesarios
cuando nada puede hacerse para alterarlos (ejemplo: el sol saldrá mañana).
Boecio afirma que el conocimiento del provenir “no es la
causa de la necesidad de las cosas que han de suceder en el futuro”. En ese
sentido separa el papel de Dios en la provocación de los eventos de la
presciencia (conocimiento de lo que sucederá), y se fija en esta última.
Asegura que sí existe la presciencia divina, pero el hecho de
saber que algo va a suceder “no es la causa de que ocurra en el futuro”. La
presciencia no tiene la capacidad de convertir los sucesos en necesarios, aunque
no es posible que lo que Dios ha previsto que suceda no ocurra. Pero lo que sucede no estaba predestinado a
ocurrir, no era necesario.
¿Cómo es posible? ¿Cómo algo contingente, que por definición
puede ocurrir o no, ocurre siempre y además no es necesario?
La respuesta de Boecio es que Dios no conoce como nosotros, su
relación con los eventos, el tiempo y su modo de conocimiento difieren
radicalmente del nuestro.
Señala Boecio que hay muchas cosas que están ocurriendo en el
presente ante nuestros ojos. Pero el hecho de que las estemos viendo no implica
que sean necesarias, que fuesen necesarias antes de ocurrir. El conocimiento de
las cosas en el presente no las hace necesarias.
Cuando Dios conoce con antelación que mañana me bañare en el
mar, lo conoce del mismo modo que nosotros mientras ocurre. Para Dios no es
presciencia sino conocimiento presente. Aunque puedo o no bañarme mañana en el
mar, y por lo tanto se trata para mi de un evento contingente, es necesario tal
como Dios lo conoce, ya que para el ocurre en el presente. Todo ocurre para
Dios en el presente, por lo que no puede ocurrir de otro modo.
La mirada divina contempla todas las cosas sin alterar su
naturaleza: para Dios son cosas presentes pese a que desde el punto de vista de
la temporalidad sean cosas futuras. Por lo tanto, cuando Dios conoce algo que
va a ocurrir y sabe que no sucederá en virtud de necesidad alguna, no se trata
de una opinión sino de un conocimiento verdadero.
Pero esta necesidad del evento como es conocido por Dios
¿elimina la libertad humana para cambiarlo?
No, señala Boecio.
Dios ve como presentes los acontecimientos futuros que
proceden del libre arbitrio, así que conforme a la mirada de Dios son
necesarios, pero considerados por sí mismos no pierden la absoluta libertad de
su naturaleza. De modo que todas las cosas cuyo advenimiento futuro conoce Dios
ocurrirán necesariamente, pero algunas de ellas son el resultado del libre
albedrío y el hecho de ocurrir no hace que sean menos libres ya que antes de
producirse habrían podido no ocurrir.
El libre albedrío de
los mortales queda intacto.
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