Eternidad y tiempo en San Agustín
En el Libro 11 de las Confesiones, San Agustín se enfrenta al problema de la naturaleza del tiempo, pero previamente trata de responder a dos preguntas: ¿Cómo hizo Dios el mundo?, ¿Qué hacia Dios antes de crear el cielo y la tierra?
¿Cómo hizo Dios el mundo?
San Agustín realiza una exegesis de
las primeras palabras del Génesis: “En el principio creo Dios el cielo y la
tierra”.
Existen el cielo y la tierra. Fueron
hechos y no existían antes. Prueba de ello es que “se mudan y cambian”,
por lo que no son eternos. El cielo y la tierra no se han hecho a sí mismos, ya
que para hacerse a sí mismos “deberían haber existido antes de existir”.
Fue el Señor, el Creador quien los hizo. Pero ¿cómo los hizo, ¿qué
maquina usó?
Dios no actuó como un artesano que
da forma a una materia preexistente, que impone una forma presente en su mente.
Dios creo al mundo de la nada, creo la materia, el cielo y la tierra.
San Agustín, el cristianismo, se
aparta de la concepción griega en la que dios parte de una materia primitiva, y
actúa como un artífice, un arquitecto. El dios del antiguo Testamento es un
Dios creador, que crea el mundo, incluyendo la materia, por su Palabra: “hablaste
tu y fueron hechas las cosas, con tu Palabra las creaste”.
¿Pero cómo hablo Dios? En el
Génesis Dios pronuncia diferentes frases (“Haya Luz”, “Haya un firmamento por
en medio de las aguas, que las separe unas de otras”,…). Aquí Agustín ve un
problema. Cualquier frase es palabra en el tiempo, es un acto temporal que
empieza y termina, es una expresión del movimiento. Pero Dios es eterno, no está
sometido a procesos temporales, ni a cambios ni movimientos.
Por lo tanto, la Palabra de Dios en
la creación no puede interpretarse como si fuese pronunciada por una criatura
sometida al tiempo. Dios no habla con palabras transitorias. La palabra de Dios
es “eterna pronunciada en silencio”, no está sometida al cambio, al
movimiento. Todo se dice eternamente de
una vez. “Solo con tu palabra creas las cosas”. Identifica la Palabra
con la razón eterna, con el Principio que nos habla. Pero no
todas las cosas que crea Dios vienen a la existencia de una vez ni eternamente.
¿Qué hacia Dios antes de crear el cielo y la tierra?
Si estaba
ocioso y no hacía nada ¿por qué no estuvo así siempre? ¿Cómo es posible que en
Dios haya una nueva voluntad, un movimiento nuevo que antes no existía? ¿No es
contradictorio esto con un Dios eterno (inmóvil, permanente)?
San Agustín se
plantea la contradicción existente entre la naturaleza eterna de Dios y
el hecho de haber creado el cielo y la tierra en un momento determinado. Lo que
es eterno no tiene movimiento, no cambia, y esa decisión de crear el cielo y la
tierra puede suponer un cambio (de la voluntad de no crear a la de crear). Un
cambio que implica un antes y después, es decir un cambio en el tiempo. ¿Cómo
resuelve San Agustín esta dificultad lógica?
San Agustín
distingue entre eternidad, siempre permanente, del tiempo siempre
cambiante. La duración del tiempo es el resultado de un gran número de
movimientos que pasan y que no pueden prolongarse todos a la vez. Por el
contrario, en la eternidad no se mueve nada, todo es presente.
Considera absurda la pregunta. Dios es el creador del tiempo.
Antes de su creación del mundo no existía el tiempo, por la tano no existía un
“antes” de crear el cielo y la tierra. Luego tú (Dios) hiciste el tiempo,
pues el tiempo no pudo pasar antes de que tú lo hicieras. Y si antes del cielo y
de la tierra no había tiempo, ¿a qué viene preguntar qué hacías entonces?
No hubo un tiempo en que no había tiempo. Dios vive en un
hoy que no cede al mañana ni sucede al día de ayer, su hoy es la
eternidad.
¿Qué es el tiempo?
San Agustín constata la dificultad de acceder a precisar la
naturaleza del tiempo: “Sé bien lo que es, si no se me pregunta. Pero cuando
quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.
El tiempo
existe en cuanto tiende a no ser. El pasado ya no es y el futuro no
existe todavía. El presente, si siempre fuera presente y no se convirtiera en
pasado, ya no sería tiempo sino eternidad. El presente es un instante (“lo
que no puede dividirse en fracciones por pequeñas que sean”), no tiene
duración ni extensión. ¿Puede entonces
medirse el tiempo?
A pesar de
esa imposibilidad lógica de medir el tiempo, nos damos cuenta de los
intervalos de tiempo, los comparamos unos con otros y decimos que unos son mas
largos y otros más cortos. Pero medimos los tiempos a medida que pasan, y
los medimos sintiéndolos. Sólo cuando el tiempo está pasando puede sentirse
y medirse. Una vez pasado, ya no puede, porque no existe.
Agustín se
resiste a dejar de aceptar lo que es creencia común, que los tiempos son tres:
pasado, presente y futuro. ¿Dónde están
el pasado y el futuro? Dondequiera que estén, están allí como presente.
Dondequiera que estén y sean lo que sean, no existen sino en cuanto presentes.
Las cosas
pasadas existen en la memoria. No
están allí las cosas mismas, sino sus huellas impresas en el alma al
pasar a través de los sentidos. “Veo mi niñez en el tiempo presente, pues
está todavía en mi memoria”.
La predicción de las cosas futuras se basa en las causas o signos que existen ya, que son presente. Por medio de ellas la mente puede formar conceptos de cosas todavía futuras y es así como es capaz de predecirlas.
Las cosas
futuras no existen todavía, pero pueden predecirse por las cosas presentes que
realmente existen y por lo mismo pueden verse.
El tiempo existe
como presente, pero existe en el espíritu del hombre. Únicamente existe en el alma,
no fuera de ella. El presente de las cosas pasadas en la memoria. El presente
de las cosas presentes es la percepción o la visión. Y el presente de las cosas
futuras es la espera. Para San Agustín el tiempo es algo mental, es solo un aspecto
de nuestro pensamiento. Su concepción del tiempo es claramente subjetivista.
Medida del tiempo
Medimos el tiempo según va pasando. No podemos medir lo que no existe, y el pasado y el futuro no existen. El tiempo viene del futuro, pasa a través del presente y va al pasado. Luego viene de lo que todavía no existe, pasa por lo que no tiene duración y se dirige hacia lo que ya no es. San Agustín muestra su perplejidad por el contraste entre la facilidad y claridad con la que hablamos del tiempo en el lenguaje cotidiano, “donde lo entendemos y somos entendidos, y su significado que se nos oculta”.
El tiempo no es sólo el movimiento del Sol, la Luna y las estrellas. El
movimiento de todos los cuerpos es movimiento. Cierto es que,
de acuerdo con el Génesis, los astros y las estrellas están puestos en el cielo
para señalar las estaciones, los días y los años. Pero ese movimiento de
los cuerpos celestes no es el tiempo para San Agustín. En realidad, nos valemos
del tiempo para medir la duración el movimiento. “Pero lo que yo quiero
conocer ahora es la esencia y naturaleza del tiempo con el que medimos el
movimiento de los cuerpos”. Pero
no se puede decir “cuanto” sino es en referencia a otra cosa. Luego el tiempo
no es el movimiento del cuerpo.
Cierto es que mido el tiempo, “pero no sé lo que mido”.
Por medio del tiempo mido el movimiento de las cosas. Pero ¿no mido también
el tiempo mismo? ¿De qué me sirvo para medir el tiempo?
Me parece que el tiempo no es otra cosa que una cierta
extensión. Pero no sé de que cosa. Me pregunto si no será de la misma alma. Concluye
que es en el alma donde mido el tiempo. “En ti, alma mía, mido yo el tiempo”.
Lo que mido es la sensación impresa por las cosas que pasan y que quedan
impresas en el alma.
El tiempo para San Agustín posee una vinculación con el movimiento,
pero no es el movimiento, no reside en el movimiento sino en el alma. Aristóteles, en el libro IV de la Física, ya había adelantado una propuesta similar.
¿Porque admitir la existencia de un dios? Y que además es creador de los astros, los seres animados o no? Como motivo de debate del tiempo bien pero no partir de ese ente-dios
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