La muerte, según Epicuro
“No te preocupes por la muerte”: éste es uno de los remedios epicúreas para lograr la felicidad
Alcanzada cierta edad, la muerte puede resultar un motivo de inquietud y zozobra que turbe el espíritu y nos aleje de la serenidad. El placer epicúreo se sostiene en la serenidad, en la ataraxia, por lo que la ansiedad que puede provocar el temor a la muerte nos aleja de la felicidad.
No podemos rehuir a la muerte, “frente a la muerte todos los humanos habitamos una ciudad sin murallas”, pero como médico del espíritu, Epicuro nos proporciona distintos argumentos y razones terapéuticas para alejar este inquietante temor. Ese miedo puede asaltarnos por distintos motivos: asociar la muerte con un momento de sufrimiento máximo; la incertidumbre sobre lo que nos espera una vez cruzada la frontera; la angustia asociada a la aniquilación del yo, que comporta la ansiedad de vivir porque todavía creemos tener proyectos no realizados.
Todas esas causas de temor encuentran una respuesta tranquilizadora en el sistema filosófico de Epicuro, cuyo objetivo último es propiciar la felicidad desvaneciendo los pánicos irracionales.
El materialismo de Epicuro nos señala que somos un agregado de átomos, que el alma es corporal, y por lo tanto también esta conformada por la agregación de átomos (más sutiles), y que con la muerte éstos se dispersan, el alma y el cuerpo se desvanecen, no queda nada, sólo átomos que seguirán moviéndose ilimitadamente. De ahí que cualquier inquietud generada por la “inmortalidad del alma”, con posibles premios y castigos en el “más allá”, es irracional, mera fantasía, y no debe inquietar a quien comparte la filosofía de Epicuro.
También el miedo a las posibles extrañas y horribles sensaciones que puedan acompañar a la muerte encuentra consuelo en el materialismo de Epicuro, en su teoría sobre las sensaciones y el funcionamiento de los sentidos. En la carta a Meneceo, Epicuro señala:
” Acostúmbrate a pensar que la muerte nada es para nosotros. porque todo bien y todo mal o residen en la sensación y la muerte es privación de los sentidos. por eso el recto conocimiento de que la muerte nada es para nosotros hace dichosa la mortalidad de la vida, no porque añada un tiempo infinito sino porque elimina el ansia de inmortalidad. Nada temible en efecto hay en el vivir para quien ha comprendido que nada terrible hay en el no vivir”. Y, además, la muerte no puede angustiarnos “porque mientras nosotros existimos no está presente, y cuando está presente ya no estamos nosotros”.
Pero la consolación de que no podemos “sentir” la muerte, o la imposibilidad de la vida de ultratumba, no aparta todas las fuentes de inquietud. Persiste la que se asocia a la disolución del yo, a la imposibilidad de finalizar nuestros proyectos. Es muy potente nuestro empeño en persistir, en seguir siendo, y por lo tanto un poderoso motivo de angustia, difícil de eludir. Pensar que sólo persistirán nuestros átomos, pero no nosotros, nos aturde.
Sin embargo, esas son las leyes de la física atomista que nos propone Epicuro. En necesario asumirlas si queremos disponer un antídoto frente a desconcierto por nuestra desaparición. Por lo demás, frente a las “quejas” de quien cree que no ha disfrutado lo suficiente, que tiene proyectos inconclusos, Epicuro le señala que “todo el mundo deja la vida como si acabara de nacer hace un instante”, y que el placer no se prolonga con la vida.
Epicuro no persigue un placer enardecido y delirante (como han propuesto otras corrientes del hedonismo radical). El suyo es un placer sereno, doméstico, cotidiano, una eliminación del dolor. Se trata de un placer que no aumenta con el tiempo, que lo puede alargar, pero no mejorar, y por lo tanto está pleno en cada instante de felicidad. En ese sentido recomienda disfrutar de la serenidad en cada momento, en el tiempo presente, en lugar de obsesionarse con prolongar la vida o inquietarse por los futuros placeres que ya no disfrutaremos.
Para Epicuro, por lo tanto, la muerte no puede, ni debe, ser motivo de pesadumbre si llenamos la vida de reflexión filosófica.
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