AMISTAD
La amistad es, sin duda, uno de los
sentimientos universales sobre el que todos podemos expresar los elementos
esenciales que creemos que la definen, bien de manera intuitiva derivada de la
propia experiencia o tras una reflexión más o menos intensa sobre la misma.
Ha sido motivo de meditación filosófica a lo
largo de los siglos, con referencias clásicas como las de Platón, Aristóteles o
Cicerón. Quizá merece la pena revisar los distintos matices de esta forma de
relación entre las personas aportados por los filósofos y pensadores más
relevantes para poder confrontar frente a ellos nuestra concepción y nuestra
experiencia. Como inquilinos de la
Torre, lo lógico es comenzar por nuestro casero.
Montaigne dedica uno de sus ensayos a la
amistad. Sin embargo, no se trata de unas reflexiones generales sobre este
sentimiento, al modo de los autores de la antigüedad: nos habla de una amistad
concreta, la que mantuvo con Ethienne de La Boétie. Montaigne tenia veinticuatro años cuando lo
conoció en 1559. La Boétie era unos pocos años mayor y ambos trabajaban en el
parlamento de Burdeos. La relación fue breve, ya que La Boétie murió cuatro
años después, pero su recuerdo y su dolor perduraron en Montaigne toda su vida.
Según
nos refiere, su compenetración espiritual con La Boétie era absoluta: “Tan unidas marcharon nuestras almas, con
cariño tan ardiente se amaron y con afección tan intensa se descubrieron hasta
lo más hondo de las entrañas, que no sólo conocía yo su alma como la mía, sino
que mejor hubiera fiado en él que en mi mismo”. Montaigne sospecha que esta
enardecida descripción de su amistad no encontrará buenos jueces, pues es
difícil, señala, que personas que no hayan experimentado sus mismos sublimes
sentimientos, puedan entenderle.
Para
resaltar la singularidad de esta amistad “única
e indivisible”, Montaigne examina diferentes tipos de relaciones entre las personas,
de las que trata de aprehender sus elementos esenciales, y contrastarlos con su
sentimiento hacia La Boétie.
Afirma
que las relaciones paternofiliales están fundadas en el respeto, y no en la
amistad porque “chocan con los deberes
que la naturaleza impone”. Tampoco la relación fraternal parece ajustarse a
la suya. Advierte que, aunque el nombre
de hermano “es en verdad hermoso, e
implica un amor tierno y puro por esa razón nos lo aplicábamos La Boétie y yo”,
no hay ninguna razón para que se genere entre estos la correspondencia que
crean las amistades “verdaderas y
perfectas”, pues con frecuencia tropiezan por razones materiales o por
caracteres totalmente opuestos. Las relaciones entre padres e hijos y entre
hermanos, “como son amistades que la ley
y obligación natural nos ordenan”, nuestra elección y libertad son nulas.
Tampoco es equiparable su amistad al amor
erótico, hacia las mujeres, precisa, pues su “fuego es más activo, más fuerte y más rudo, pero es un fuego
temerario, inseguro y ondulante; fuego febril sujeto a intermitencias”.
Para Montaigne la amistad es un calor atemperado, constante y tranquilo, “toda dulzura y sin asperezas”, que mira
de un modo desdeñoso y altivo al amor. También diferencia Montaigne su amistad
con La Boétie de amor griego, “ya que la
diferencia de edad y oficios de los amantes tampoco se aproximaba a la perfecta
unió de la que vengo hablando”.
Por
supuesto para Montaigne la amistad es superior al matrimonio, cuya “duración es obligatoria y forzada”, y
ordinariamente obedece a fines bastardos. Montaigne no puede resistir aquí su
lado misógino, heredero por otra parte de toda la filosofía antigua de la que
se nutre, y añade que “a decir verdad, la
inteligencia ordinaria de las mujeres no alcanza a que puedan compartir los
goces de la amistad”.
Montaigne
quiere destacar su amistad única sobre lo que ordinariamente se llama amistad,
“que no son más que uniones y
familiaridades trabadas merced a algún interés”, e insiste en que en su
amistad “las almas se enlazan y confunden
una con otra de un modo tan íntimo, que se borra y no hay medio de reconocer la
trama que las une”. Si se le pregunta por qué quería a La Boétie, contesta:
“porque era él y porque era yo”.
Aunque
Montaigne trata de contrastar su amistad con estas otras relaciones
(fraternales, eróticos,…) quizá nos quiere insinuar que su amistad con La Boétie era una amalgama de todos los
mejores sentimientos de las mismas.
Es
muy probable que nuestra amistad no se ajuste a esos patrones. Montaigne lo intuía,
y por eso pronosticaba que “se precisan tantas coincidencias para formarla,
que es mucho si la fortuna la alcanza una vez en tres siglos”
Es muy bello encontrar una comunión de almas tan intensa y auténtica como encontró M en B. Tan bello como dificil....
ResponderEliminarEl anhelo de todos? los mortales
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